terça-feira, junho 09, 2015

Ensayo de presentación del libro “Pessoa y España” de Antonio Sáez Delgado

No hay intelectualidad, ni generación que aspire a dicho status, que no se haya reunido alguna vez en un espacio de tertulias, con ese ambiente improvisado, o, en la peor de las hipótesis, emulado.

De país para país, de clima en clima, de latitud en latitud, las cabezas que se asumían pensantes interpretan su instante a partir de mesas de cafés, barras de bares o para quórums extasiados de cervecerías como lo hacía un señor alemán con un bigote raro.

Su presencia se hacía pública, se firmaban manifiestos, se redactaban versos, se daban discursos, el presente se peleaba con el pasado en revistas y libros, pero nacían movimientos, vanguardias y revoluciones tan comprometidas con ismos como con egos.

Hace exactamente 100 años, en 1915, en el reducto urbano de Lisboa, una brillante generación ganó un nombre de revista, la misma que albergaba su interpretación del tiempo presente, que el proprio tiempo convirtió en estética y marco fundamental de la historia de la literatura portuguesa. Mejor, me retracto de la afirmación anterior, simplemente diciendo de la literatura, consciente del peso universal que la palabra tiene.

Cien años, un siglo, es la huella que la revista Orpheu tiene para la literatura y filosofía del siglo XXI. Cien años con el futurismo de Almada Negreiros convencido por su anti-Dantismo que lo acercaba bastante a España: “Si Dantas es portugués, yo quiero ser español”. Cien años con Mário de Sá-Carneiro, deprimido pero con estilo, porque si un intelectual se tiene que suicidar que lo haga en Paris. Sá-Carneiro lo hizo, seguro de la bibliografía de cinco frascos de arseniato de estricnina. Y cien años con Fernando Pessoa, multiplicado por sus aparentemente infinitos heterónimos.

Otros nombres también se encuentran connotados bajo el signo de Orpheu, pero son estos tres, con especial relevancia e interés para la figura literaria de Pessoa, que sobresalen. Nunca la problemática de otros egos, otros “yo”, hubiera surgido de manera tan original en la literatura, al punto de hacer la propia biografía del autor tan secundaria que apenas interfiere en la genialidad creativa de su obra.   

El compromiso se hizo con el arte, con las novedades emergentes de los comienzos del siglo XX. Un compromiso personal, de autor, minoritario pero contradictoriamente gregario, nunca ajeno a los medios por los que la modernidad permite divulgar una obra. A pesar del carácter mayoritariamente póstumo de la obra de Pessoa, el autor siempre reconoció importancia a todos los medios de divulgar la labor del artista.

El mérito pionero de Fernando Pessoa, así como de los cien años de la revista Orpheu, nos llega a 2015 con el peso del canon, como emperador de las letras lusas, de nostalgias o de vicios. Su noción de modernidad se hace contemporánea en una literatura que no se quiere sentir “infoexcluida”, que ya no se escribe a pluma, de pie apoyada a una cómoda de insomnio, pero que se bloguea o tuitea desasosegadamente en cualquier muro de una red social.

Esta analogía con el presente nos lleva a la red epistolar que llevó Fernando Pessoa a España o al revés, que creo que tampoco queda mal y que Antonio Sáez no se va a enfadar conmigo por eso, es decir, que trajo España a Fernando Pessoa.

Se sabe que el autor de los heterónimos escribió a Miguel de Unamuno presentándole el primer número de Orpheu, con “la absoluta conciencia de la originalidad y elevación”, no teniendo ningún escrúpulo en decirlo.  No hay indicios que D. Miguel le haya contestado. La generación del 98 en España sería como la generación de escritores y hombres de letras que actualmente no se mueven por la vorágine del mundo de internet, de expresión analógica, que no tienen ni tiempo ni ganas de mediar las nuevas generaciones digitales.

Sin embargo, la juventud inquieta de jóvenes poetas ultraístas de Adriano del Valle, Rogélio Buendía y Isaac del Vando-Villar, usando la terminología de cien años vueltos en el futuro, aceptaron la petición de amistad de Fernando Pessoa y, sin una recepción fulgurosa, el experimento Orpheu y el modernismo portugués llega a España. Parafraseando Antonio Sáez “nos encontramos ante uno de los momentos más apasionantes de la historia literaria en el contexto ibérico, que nos ofrece la posibilidad de utilizar una perspectiva de análisis múltiple y dinámica, que participe en paralelo de las herramientas de la historia de la literatura y de la literatura comparada”.

La analogía peca tanto de simplista como gana fuerza al ser actual, aún más si se divulga en una red social.  Todos los días se genera literatura en formatos predominantemente digitales, se desdobla en innumerables géneros, de calidad discutible y con críticas igualmente discutibles, llegando la misma a un público tan amplio que ninguna generación literaria, gregaria, libertaria, de tertulia o ermitaña podría imaginar.

Mientras leía “Pessoa y España”, me imaginaba a estos jóvenes ultraístas y al autor de los heterónimos, cuya voluntad de internacionalizar las literaturas de sus países era palpable, con la humildad de los medios con que contaban entonces, y como las circunstancias de su presente acabaron por condicionar de forma evidente la recepción de la obra de Pessoa en España.

El tiempo no estuvo de su parte entonces. Pessoa en su relación epistolar con sus congéneres españoles, mantuvo, como era típico de su persona, su genio poético y literario oculto, a pesar de su intento, algo sutil, de publicar en España.

Las circunstancias se encargan de que Pessoa fuera visto en esa relación epistolar como un crítico literario o, de manera aún más explícita, divulgador de otros autores contemporáneos suyos de la literatura portuguesa.

En “Pessoa en España” estamos ante una investigación cuidada, donde la búsqueda exhaustiva en los fondos originales por parte del investigador, con innumerables ejemplares epistolares inéditos, es evidente desde la primera página hasta la última de este libro.

Todos los capítulos son de un rigor científico asequible a cualquier tipo de lector debido a la pluma amena de Antonio Sáez, que tiene notas de pie de página igualmente placenteras como motivantes para que uno se sumerja en más aspectos interesantes de la literatura comparada.

No me cabe la menor duda de que esta era ya una publicación necesaria en el ámbito de los estudios pessoanos y de la literatura comparada, además con una característica que la hace aún más interesante, esa complicidad entre literaturas, al cual da igual el tiempo que duró, puesto que hoy es patrimonio peninsular.

Voy a usar un capítulo de este libro para presentar al autor del mismo. El capítulo 4 “Balizas para la recepción de Fernando Pessoa en España”. Quiero usar este capítulo, encerrado en la publicación de un libro, para que no se me acuse demasiado de parcialidad, de aprecio intelectual y de amistad por Antonio Sáez Delgado, puesto que el conocimiento y el ejemplo humano del autor desde mi paso por la academia son un ejemplo para mí.

Tengo una anécdota, en este contexto incluso me permito acercarme al falso amigo en portugués, que significa chiste, de mi juventud de fan de Joaquín Sabina. Antonio, en sus clases de literatura comparada, nos daba la libertad de hacer trabajos sobre los autores que quisiéramos de lengua española y yo, por aquel entonces, estaba enamoradísimo de Sabina, en especial de su “Hombre del Traje Gris”.

Javier Menéndez Flores en la biografía de Sabina, “Joaquín Sabina – Perdonen la Tristeza”, hace referencia, o recolecta, textos de gente de la intelectualidad de entonces y, un periodista, de cuyo nombre no quiero acordarme, hace una referencia descontextualizada de una amistad con James Joyce.  Mi falta de preparación, de conocimiento, mi ingenuidad mezclada con seudointelectualidad, además sin el acceso a la red que nuestro presente nos permite para contrastar, de inmediato, fechas y datos, me hicieron hacer referencia a tal barbaridad en mi cándido ensayo sabiniano.

Antonio, al revés de lo que era una tendencia en la academia de entonces, podía haberse mofado de la estupidez de su alumno. Todo lo contrario. Como los grandes maestros me enseñó que hay que hacer la distinción entre conocimiento y opinión, entre estudios literarios y periodismo. No se rió de mí, como podía haber hecho (y me merecía que lo hubiera hecho), pero se rió conmigo.


Por eso vuelvo al capítulo 4, a las balizas de la recepción en España, donde el autor habla de todos los nombres que acercaron diacrónicamente la figura literaria de Pessoa a España. Menciona y dignifica el trabajo de todos, pero se olvida de uno. Uno de los grandes. El suyo. Pasados quince años, es un honor poder estar aquí, a su lado, y reírme con él de tan grotesca laguna. 

Luis Leal Pinto

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