sábado, janeiro 23, 2016

Presentación de José Luís Peixoto en el Aula Díez-Canedo - 21/01/2106 (por Luis Leal)



Después de daros las gracias por vuestra presencia, lo primero que quiero decir es que no debería de estar aquí. Sin embargo, me encuentro orgullosamente ocupando el lugar en el que, por derecho, debería de estar Antonio Sáez Delgado, el hombre responsable de verter varias obras de José Luís Peixoto al idioma de Cervantes y que sería la persona más adecuada para presentar al autor en España.

Agradezco a Antonio la cariñosa confianza de entrenador y confieso que  me encuentro muy a gusto en este papel de jugador salido del banquillo que, sin tiempo para calentar, lucha en el césped con una sonrisa en la cara. La ilusión de estar aquí presentando a este gran escritor es comparable y me recuerda mucho a un antiguo jugador de mi querido “Sport Lisboa e Benfica”, Pedro Mantorras, que, con sus rodillas a punto de irse al desguace, entraba en la cancha como un guerrero y la ilusión de jugar por su equipo era más bonita que cualquier vitrina llena de copas, botas o balones de oro.

Es verdad, no tengo las articulaciones tan dañadas como las de Mantorras y llevo dos ladrillos calzados en lo que concierne a temas de balompié. A pesar del placer que tengo en estar aquí, también es verdad, y debo de reconocer, que conocí la obra de José Luís, teniendo en cuenta los años que lleva publicando, relativamente tarde. Mea culpa.

Conocía su nombre, un par de títulos suyos, incluso había estado en mi universidad donde dejó a mis compañeras locas con sus palabras sensiblemente tatuadas en la piel de un escritor con pinta de estrella de rock. No me acuerdo por qué motivo no estuve presente, pero me alegro de no haber estado. Hay que dejar que el tiempo se nos revele cuando le apetezca. Incluso posteriormente, me di cuenta de que José Luís había escrito un libro para el ayuntamiento de la ciudad donde nací, lo que me llevó a uno de esos pensamientos que muchos tenemos, algunos reconocemos, otros no:

¿Pero qué hace un tío de Galveias escribiendo sobre esta ciudad? Este tío no tiene ni puñetera idea de lo que es ser y tener que estar en estos pagos.

Me equivocaba. Lo leí, lo tengo y os lo recomiendo. Otra vez mea culpa. El prejuicio es  algo muy enojoso y nos hace personas poco recomendables.

Años más tarde, casualmente, se me cruzó en una biblioteca “Te me moriste” (Morreste-me) y después, junto al Tajo, “Abrazo” (Abraço). Pensé: “este tío se está acercando demasiado a mi espacio vital” y su presencia se empezó a notar en las estanterías de las sucesivas casas en las que viví. Unas navidades, Elsa, mi mujer, me regaló el “Dentro del Secreto” (Dentro do segredo), un libro que jamás me hubiera imaginado que llegaría a traducir un día. Lo terminé y escribí una nota infantil en mi blog: “quiero ser amigo de este tío”.

Este libro, uno de los menos reconocidos literariamente de su obra, me llenó y me hizo pensar en una reflexión de Manuel António Pina: “¿Deben de ser los escritores buenas personas? Hubo una época que creía que un escritor debe de ser solamente buen escritor, hoy hesito.”.

Poco tiempo después, curiosamente el día en que yo cumplía 33 años, José Luís me regaló en la prensa, en la revista “Visão” (donde debería seguir escribiendo), una crónica que lo puso en mi barrio, criado en la misma calle que yo, pero mayor que yo, de esos que ya salen por la noche y están iniciados en los placeres de la carne, mientras que el resto de los críos seguimos sentados en el portal de la casa de los abuelos y nos contentamos con unas revistas mangadas del cajón de algún padre o encontradas en la perversión del vertedero. José es de esos tíos enrollados que no desprecia a los críos del barrio. Le gusta hablar con ellos, no se ríe de ellos. Se ríe con ellos.

Por eso, no tiene sentido que os hable de la obra vastísima que tiene José Luís. Novela, teatro, crónicas, ensayo o la poesía que lo ha traído a nuestra Aula Díez-Canedo. Prefiero que se presente él y es lo que voy a hacer regalándole hoy la traducción de esa crónica regalo del dos de mayo que, más que una declaración de intenciones como escritor, es una declaración de intenciones como ser humano.

Lucha de Clases – José Luís Peixoto (Trad. Luis Leal)
(Texto original publicado en la revista “Visão” el 2 de mayo del 2013)

La cultura es usada como símbolo de status por algunos, insignia, gemelos. La rareza es condición indispensable de ese exhibicionismo. Solo cuando pertenece a pocos se puede ostentar como diferenciadora. Esa colección de símbolos es descrita con pronunciación más o menos afectada y tiene el objetivo de definir socialmente a quien la enumera.

Para esos individuos raros, la cultura es caracterizada por aquellos que la consumen. Por eso, conviene que no haya mezclas. Conozco mejor el mundo de la lectura, por eso, lo tomo como ejemplo: si, al comienzo de la madrugada, una de esas mujeres que se despierta temprano y limpia oficinas es vista leyendo un determinado libro en los transportes públicos, es posible que los snobs que asistan a esa escena lo repudien de inmediato.  Empezarán definiendo esa obra como “lectura de limpiadoras” (probablemente utilizarán un sinónimo más despectivo para describirlas). 

Este ejemplo se aplica en cualquier otra área cultural que pueda llegar a mucha gente: música, cine, televisión, etc. Lo que más me sorprende es que estos “argumentos”, esta manera de hablar y de pensar sea utilizada en medios supuestamente culturales por individuos supuestamente cultos, y solo en escasas ocasiones se denuncia como discriminadora desde el punto de vista sexual o social.

Eso son libros de tías, dicen ellos. A veces, para colmo, hay incluso mujeres que dicen: eso son libros de tías.

La raíz de mi cultura no pertenece al elitismo. Estoy orgulloso de mis orígenes, de mi abuelo pastor, de mi padre carpintero, como otros tienen orgullo de sus largos nombres compuestos.

Después de un trabajo que encierre convicciones profundas, que tenga en cuenta los principios de su área artística, que sea consciente de la historia de esa área y que haga una propuesta coherente e innovadora, creo en una divulgación lo más amplia posible.

Esconder una obra en tiradas de trecientos ejemplares no le añade un gramo de valor artístico. Cuando esa falta de divulgación resulta de una elección, presupone, casi siempre, falta de consideración por el público, la creencia de que un público más amplio sería incapaz de entender tamaña sofisticación.

Creo que la poesía puede publicarse en cajas de cerillas, escribirse con brocha o spray en las paredes, imprimirse en camisetas, publicarse en Facebook. En cualquiera de esos lugares será diferente pero en todos seguirá siendo poesía.

Es ridícula la idea de que la divulgación desfigura. La banalización es siempre tarea de quien banaliza y no del objeto banalizado. Quien no sea capaz de convocar sus sentidos y su razón para apreciar una determinada obra, solamente por creer que se encuentra muy difundida, tiene problemas graves a nivel de espíritu crítico y de la exención más básica. Ese es uno de esos casos en que se aconseja un lavado de ojos. Ahí es donde reside la desfiguración.

Admiro el pueblo al que pertenezco. No el pueblo mitificado, admiro el pueblo cotidiano. Me gusta ir a mercadillos. Me gusta comer pollo asado con las manos. Debo tanto a la cultura de este pueblo como debo a Dostoievski. Hace unos meses, un personaje de una telenovela citó un poema escrito por mí. Toda la gente de mi calle lo vio y lo escuchó. Mi madre se sintió orgullosa y yo también.

Me llamo José o, si preferís, Zé. Desprecio el elitismo. El verbo no es exagerado, se adapta bien a lo que siento.

Siempre divulgaré mi trabajo con la máxima dimensión de mis capacidades. Debo ese esfuerzo a la convicción que tengo en aquello que elegí decir. Me pongo contento si veo mis libros disponibles en supermercados, en correos, gasolineras o en bibliotecas públicas.

Aquello que hago no existe solo, necesita alguien que le dé sentido, su propio sentido e interpretación personal. Si un árbol se cae solo en el bosque, sin nadie cerca, ¿hará ruido? Por ese motivo, el esfuerzo de divulgación es también una muestra de respeto hacia esas personas, es una señal de mi creencia en ellas y en su valor. Exactamente como estas palabras, que existen porque las estás leyendo.

Escribo novelas, mi fuerza de voluntad es enorme. Tengo 38 años, cuento con seguir por aquí durante bastante tiempo. Todavía tengo mucho por hacer. Acostumbraos. No tengo miedo.

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