terça-feira, julho 03, 2018

"Lo peor de la vida es que siempre acaba mal” por Luis Leal (in "Rayanos Magazine")


Es cierto que no soy un gran conocedor de la literatura francesa, con excepción de los tópicos y lugares comunes, pero la casualidad (que, si nos fijamos, rima con oportunidad) de haber colaborado en la traducción de un catálogo de arte, me llevó a conocer a un poeta francés muy interesante: René Char. Aprovecho para compartir lo subrayado del encuentro con vosotros: impón tu oportunidad, agarra tu felicidad y corre tu riesgo.

La obra de Char no se resume en estos versos, sin embargo, contienen intrepidez y atrevimiento en un sentido que veo como atreverse a hacer y no como intromisión.

Según algunos intelectuales y filósofos, el presente que vivimos carece de osadía. Hay incluso quien afirma, como es el caso del también francés Charles Pépin, que el aprendizaje de la osadía se hace admirando la audacia de otros. Evoco el ejemplo de Pablo Picasso y cómo este admiraba en la obra de Diego Velázquez, andaluz como él, los juegos de miradas y reflejos, la destreza ilusionista que transformaba algunos cuadros, como “Las Meninas”, en auténticos rompecabezas, al punto de que esos efectos ilusionistas son una de las claves de la obra de Picasso. Pintó 58 variaciones de ese cuadro y, en la última, se representó a sí mismo, en lugar de Velázquez, en el espejo que está en el centro.

Quien es audaz admira. Admira la singularidad del otro. Por eso no lo copia, el otro lo fascina porque es inimitable, pero se inspira en él. Pépin lo resume muy bien de la siguiente manera: es la virtud de la ejemplaridad que no debe ser entendida en sentido imitativo.

En el fondo, Luis es un trágico, lo dice una de las personas que más admiro. Eran palabras de cariño, pero me llevaron a pensar si me sentía ese trágico que se esconde detrás del sentido de humor y de la ironía. Aparco mi pensamiento al sol de la creencia de que la realidad de lo que somos es una síntesis de cómo nos vemos y de cómo los demás nos ven. Quizás en ese choque de perspectivas, de miradas, centrípetas y centrífugas, se encuentre alguna verdad del ser.

Sin embargo, Valéry tenía razón, cuántas cosas es preciso ignorar para que podamos reaccionar. Ignoraba en mí esa característica, pero no ignoro la consideración por quien me la reconoce. Días después, volví a un libro de su autoría, de esos bastante subrayados y estimados de mi biblioteca, y me reencuentro con el aforismo Lo peor de la vida es que siempre acaba mal. En ese momento no me acordé de la tesis de Pépin, pero sí del refrán portugués diz o roto para o nu, algo como le dice el roto al desnudo. Justo después, ese aforismo se confirma con una bella entrada de diario, cuya transcripción es fundamental y merecida:

Que con frecuencia es más fácil encontrar literatura en los periódicos que en los libros de poemas, lo sabe cualquiera que compre la prensa a diario y que gaste su dinero en libros de poesía. Sólo que, demasiado a menudo, en los diarios esa poesía que nos rodea en la vida cotidiana se empeña en esconderse tras las máscaras más brutales (y más rutinarias) de la realidad.

Hoy me he dado cuenta (después de algunos años leyendo el “Diário do Sul” que se publica en Évora) del título que abre la página de obituario, es decir, la de las esquelas, que aquí aparecen con fotografías que ya se han empeñado en mostrarme más de un rostro conocido: “Los que pasan”.

Si nos falta audacia es porque padecemos de un déficit de atención. Si no tenemos quien nos inspire, la masificación de este presente puede aplastar toda la singularidad. La admiración es un motor de arranque que nos lleva a descubrir nuevos caminos en coche dentro de las rutas que muchos otros recorrieron a pie antes que nosotros.

Estoy de acuerdo cuando se dice que la proliferación de figuras mediocres, producto de los reality shows, de las revistas del corazón, youtubers, incluso de la política, constituye un peligro para la sociedad. Que una época atribuya protagonismo a tantos personajes sin ningún talento, además de la total ausencia de talento, carisma o mérito, es un hecho inédito en la historia y del cual, en un futuro próximo, podremos analizar las consecuencias. No tener referentes es una especie de orfandad para nuestra creatividad, para nuestro pensamiento. No sé si es porque soy un trágico, pero desconozco que algún participante del Gran Hermano o Sálvame se haya esforzado por dejarnos “58 variaciones” de un mundo un pelín mejor.

Quien puso al desnudo mi carácter trágico/disimulado, y es el autor de estos admirables fragmentos, es Antonio Sáez Delgado, maestro de una escuela de “trágicos” que viven y sienten En otra patria.


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“Los que pasan”. En ese periódico eborense ya pasaron muchos de los míos y, posiblemente, pasaremos nosotros, pero, querido amigo, tengo la audacia de querer ver mi fin en el tablón de anuncios de la Praça do Giraldo y que alguien se pare y diga este sabía que todo iba a acabar mal, pero prestó atención hasta el final



Esquilo, Sófocles e Eurípides


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