domingo, maio 17, 2020

«El español va o ha ido al café huyendo de un hogar poco acogedor, por lo general, y buscando la realización verbal de sus frustraciones vitales.» - Francisco Umbral

El español va o ha ido al café huyendo de un hogar poco acogedor, por lo general, y buscando la realización verbal de sus frustraciones vitales.  Todo el mundo es autoridad o la tiene en el café. El café es la conversación y la teoría que no compromete a nada.  Vale empezar un tratado de filosofía verbal o de derecho político, delante de los contertulios, e interrumpirlo para siempre, dejarlo en el aire cuando uno se ha cansado del tema o se le ha hecho hora de irse. Los cafés no han muerto, porque los ha restablecido la cafetería. Los cafés se han puesto en pie, en todo caso, y ahora la función del café la suple el cóctel de cada tarde, donde también el español vive en público, vive por los demás y para los demás, entre los demás, como ha sido siempre su vocación.
El español es torero no porque estemos en tierra de toros bravos ni porque lo lleve en el alma, como creen los turistas, sino que es torero porque necesita en torno la circunferencia de paisanos, «el valle de caras», que dijo un poeta, para sentirse seguro y triunfador.
Ser eminentemente social y eminentemente triunfal, el español es coro, en el café, del éxito verbal de los demás, a condición de que los demás lo sean del suyo.
El español necesita vivir en multitud, en olor de multitud, aunque sea olor de café, no porque sea extravertido, sino porque es introvertido hacia afuera, ya que lo que el español lleva siempre al café, o a la tertulia, a la reunión, al cóctel, no son banalidades, como el francés o el inglés, sino cuestiones tremendas: la guerra, la honra, el alma, la muerte.  O cuestiones tremendizadas, como los toros.
Y si no, ahí está ese español tipo, don Miguel de Unamuno, debatiendo en el café nada menos que la inmortalidad de su alma.  El español no va al café a solazarse, como el inglés al club, sino a jugarse la vida, la inmortalidad o el triunfo de su torero.

Francisco Umbral, Ramón y las vanguardias, Madrid, Espasa-Calpe, 1978, pp.171-172

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