domingo, junho 29, 2014

Tema del traidor y del héroe (Jorge Luis Borges)



Sho the Platonic Year
Whirls out new right and wrong
Whirls in the old instead,
All men are dancers and their tread
Goes to the barbarous clangour of a gong.

W.B. Yeats: TheTower


Bajo el notorio influjo de Chesterton (discurridor y exornador de elegantes misterios) y del consejero áulico Leibniz (que inventó la armonía preestablecida), he imaginado este argumento, que escribiré tal vez y que ya de algún modo me justifica, en las tardes inútiles. Faltan pormenores, rectificaciones, ajustes; hay zonas de la historia que no me fueron reveladas aún; hoy, 3 de enero de 1944, la vislumbro así.

La acción transcurre en un país oprimido y tenaz: Polonia, Irlanda, la república de Venecia, algún estado sudamericano o balcánico... Ha transcurrido, mejor dicho, pues aunque el narrador es contemporáneo, la historia referida por él ocurrió al promediar o al empezar el siglo XIX. Digamos (para comodidad narrativa) Irlanda; digamos 1824. El narrador se llama Ryan; es bisnieto del joven, del heroico, del bello, del asesinado Fergus Kilpatrick, cuyo sepulcro fue misteriosamente violado, cuyo nombre ilustra los versos de Browning y de Hugo, cuya estatua preside un cerro gris entre ciénagas rojas.

Kilpatrick fue un conspirador, un secreto y glorioso capitán de conspiradores; a semejanza de Moisés que, desde la tierra de Moab, divisó y no pudo pisar la tierra prometida, Kilpatrick pereció en la víspera de la rebelión victoriosa que había premeditado y soñado. Se aproxima la fecha del primer centenario de su muerte; las circunstancias del crimen son enigmáticas; Ryan, dedicado a la redacción de una biografía del héroe, descubre que el enigma rebasa lo puramente policial. Kilpatrick fue asesinado en un teatro; la policía británica no dio jamás con el matador; los historiadores declaran que ese fracaso no empaña su buen crédito, ya que tal vez lo hizo matar la misma policía. Otras facetas del enigma inquietan a Ryan. Son de carácter cíclico: parecen repetir o combinar hechos de remotas regiones, de remotas edades. Así, nadie ignora que los esbirros que examinaron el cadáver del héroe, hallaron una carta cerrada que le advertía el riesgo de concurrir al teatro, esa noche; también Julio César, al encaminarse al lugar donde lo aguardaban los puñales de sus amigos, recibió un memorial que no llegó a leer, en que iba declarada la traición, con los nombres de los traidores. La mujer de César, Calpurnia, vio en sueños abatida una torre que le había decretado el Senado; falsos y anónimos rumores, la víspera de la muerte de Kilpatrick, publicaron en todo el país el incendio de la torre circular de Kilgarvan, hecho que pudo parecer un presagio, pues aquél había nacido en Kilgarvan. Esos paralelismos (y otros) de la historia de César y de la historia de un conspirador irlandés inducen a Ryan a suponer una secreta forma del tiempo, un dibujo de líneas que se repiten. Piensa en la historia decimal que ideó Condorcet; en las morfologías que propusieron Hegel, Spengler y Vico; en los hombres de Hesíodo, que degeneran desde el oro hasta el hierro. Piensa en la transmigración de las almas, doctrina que da horror a las letras célticas y que el propio César atribuyó a los druidas británicos; piensa que antes de ser Fergus Kilpatrick, Fergus Kilpatrick fue Julio César. De esos laberintos circulares lo salva una curiosa comprobación, una comprobación que luego lo abisma en otros laberintos más inextricables y heterogéneos: ciertas palabras de un mendigo que conversó con Fergus Kilpatrick el día de su muerte, fueron prefiguradas por Shakespeare, en la tragedia de Macbeth. Que la historia hubiera copiado a la historia ya era suficientemente pasmoso; que la historia copie a la literatura es inconcebible… Ryan indaga que en 1814, James Alexander Nolan, el más antiguo de los compañeros del héroe, había traducido al gaélico los principales dramas de Shakespeare; entre ellos, Julio César. También descubre en los archivos un artículo manuscrito de Nolan sobre los Festspiele de Suiza: vastas y errantes representaciones teatrales, que requieren miles de actores y que reiteran episodios históricos en las mismas ciudades y montañas donde ocurrieron. Otro documento inédito le revela que, pocos días antes del fin, Kilpatrick, presidiendo el último cónclave, había firmado la sentencia de muerte de un traidor, cuyo nombre ha sido borrado. Esta sentencia no condice con los piadosos hábitos de Kilpatrick. Ryan investiga el asunto (esa investigación es uno de los hiatos del argumento) y logra descifrar el enigma.

Kilpatrick fue ultimado en un teatro, pero de teatro hizo también la entera ciudad, y los actores fueron legión, y el drama coronado por su muerte abarcó muchos días y muchas noches. He aquí lo acontecido:

El 2 de agosto de 1824 se reunieron los conspiradores. El país estaba maduro para la rebelión; algo, sin embargo, fallaba siempre: algún traidor había en el cónclave. Fergus Kilpatrick había encomendado a James Nolan el descubrimiento de ese traidor. Nolan ejecutó su tarea: anunció en pleno cónclave que el traidor era el mismo Kilpatrick. Demostró con pruebas irrefutables la verdad de la acusación; los conjurados condenaron a muerte a su presidente. Este firmó su propia sentencia, pero imploró que su castigo no perjudicara a la patria.

Entonces Nolan concibió un extraño proyecto. Irlanda idolatraba a Kilpatrick; la más tenue sospecha de su vileza hubiera comprometido la rebelión; Nolan propuso un plan que hizo de la ejecución del traidor el instrumento para la emancipación de la patria. Sugirió que el condenado muriera a manos de un asesino desconocido, en circunstancias deliberadamente dramáticas, que se grabaran en la imaginación popular y que apresuraran la rebelión. Kilpatrick juró colaborar en este proyecto, que le daba ocasión de redimirse y que rubricaría su muerte.

Nolan, urgido por el tiempo, no supo íntegramente inventar las circunstancias de la múltiple ejecución; tuvo que plagiar a otro dramaturgo, al enemigo inglés William Shakespeare. Repitió escenas de Macbeth, de Julio César. La pública y secreta representación comprendió varios días. El condenado entró en Dublín, discutió, obró, rezó, reprobó, pronunció palabras patéticas, y cada uno de esos actos que reflejaría la gloria, había sido prefijado por Nolan. Centenares de actores colaboraron con el protagonista; el rol de algunos fue complejo; el de otros, momentáneo. Las cosas que dijeron e hicieron perduran en los libros históricos, en la memoria apasionada de Irlanda. Kilpatrick, arrebatado por ese minucioso destino que lo redimía y que lo perdía, más de una vez enriqueció con actos y palabras improvisadas el texto de su juez. Así fue desplegándose en el tiempo el populoso drama, hasta que el 6 de agosto de 1824, en un palco de funerarias cortinas que prefiguraba el de Lincoln, un balazo anhelado entró en el pecho del traidor y del héroe, que apenas pudo articular, entre dos efusiones de brusca sangre, algunas palabras previstas.

En la obra de Nolan, los pasajes imitados de Shakespeare son los menos dramáticos; Ryan sospecha que el autor los intercaló para que una persona, en el porvenir, diera con la verdad. Comprende que él también forma parte de la trama de Nolan... Al cabo de tenaces cavilaciones, resuelve silenciar el descubrimiento. Publica un libro dedicado a la gloria del héroe, también eso, tal vez, estaba previsto.

Jorge Luis Borges

Ficciones (1941)



sexta-feira, junho 27, 2014

O cimento renega à chuva pretensões de infiltra-se na sua essência concreta.

In a weat morning with Jack London.

O cimento renega à chuva pretensões de infiltra-se na sua essência concreta.
Fá-lo veemente, assertivo na sua mestiçagem de duas pás de areia e uma de cimento.
O seu argumento é interrompido por um conselho de Jack London:
- Sai. Não te preocupes. Um livro encharcado conheceu algo mais que o bolor da biblioteca.
Viro página. Dobro ponta e situo a cabeça na cinzenta boina seca.
O papel assente à chuva o desejo de entranhar-se no seu ser por concretizar-se.


IV/2014

quinta-feira, junho 26, 2014

Há sinceridade nos sentidos. O olfacto tem memória e existe uma história e geografia dos cheiros.

A carrinha do centro de dia era velha e cheirava a velho. Uma Bedford que o Sr. Silva conduzia a meias com tantos outros voluntários do volante que dava voltas à cidade de Évora e arredores para depositar a noite de vários idosos que ali àquela instituição, por tantos motivos, foram parar. Houve outras carrinhas, mas é desta que eu particularmente me lembro, com ar condicionado pelo exterior, mais ainda quando se tem pouco, mais ou menos, de catorze anos.
Há um cheiro a velho nas pessoas. Sei que é uma frase cruel para as sensibilidades assépticas do século XXI, em que a juventude está nas teclas de um smartphone, num deslizar digital de uma rede social ou na imortalidade de uma selfie. Velho. Adjetivo que caracteriza a acumulação de tempo.
Havia um cheiro de acumulação de tempo naquele sítio onde passei tantas horas, por tantos motivos que iam para além do facto de a minha mãe lá trabalhar. Nunca me desagradou, e reconheço que muitas vezes fui obrigado a ir ajudar, quer por imposição familiar, quer por obrigação de dar o exemplo ao receber os trocos dos programas ocupacionais do IPJ. Eram 15 contos e com eles abri uma conta, comprei roupa da moda, ténis de marca registada e bandas desenhadas. Era exigência familiar, maternal, que, em passados imperfeitos, conjugados com circunstâncias de dias que já passaram, hoje agradeço.
Gosto do cheiro do tempo. Gosto do cheiro a velho. Conheci-o primeiro e reconheci-lhe valor quando ainda quase não deixara os cueiros, ou entrara levemente na idade do suor adolescente, do “bacalhau sueco”, como a minha irmã gostava de dizer, ou do olor de quem recentemente descobriu os trabalhos manuais com a ajuda de páginas concretas de revistas ou de cassetes de vídeo gastas sítios específicos.
Há sinceridade nos sentidos. O olfacto tem memória e existe uma história e geografia dos cheiros. Hoje voltei a levantar-me cedo, antes de ir para a escola, fui fazer a volta da carrinha do centro. Quem me esperava era o Ti Veladas, o motorista de turno.
Pelo caminho, com a mochila, cheia de livros e com uma t-shirt para pôr no cacifo, entre mim e o Ti Veladas, fui buscar o Ti Zé da Burra que se riu velhaco de mim e me perguntou se já fodia. A Ida, que catrapiscou o Coelho porque tem um mata-velhos que a levará aos sonhos de passeios e noites de companhia lá para os lados de S. José da Ponte. O Macarrão que me mostrou pela primeira vez o que é ter um AVC. O Ti Manel, cuja filha me costurou uma alva para que me sentisse, ou ela, mais perto de deus. A mãe do Malato que me confessou nunca dera um peido na vida, porque provavelmente o marido deu-os todos por ela, evitando-se assim as suspeitas. E o Sr. António Campaniço. O manco socialista que idolatra o Dr. Mário Soares, que me ensinou, com espectativas de que eu viesse a ser um jovem mais culto, a não dar os meus sentimentos a ninguém, porque são meus, e sim o pêsame de que se chegou ao final da vida. Já cá não está, a mulher morreu sem filhos e ele deve ter tido vaga no Barahona. Terá ficado com a convicção do meu socialismo. Espero que a tenha. Merece-a. Não sou socialista, mas sou um presente que o sente e o guardo para mim, como aquelas lágrimas que derramou quando os nazis ocuparam Paris.
Já estão todos no centro. Ajudei-os a descerem da carrinha, mãos nas mãos, apoiados nos meus antebraços, uma gratidão acompanhada de um sorriso que me tocou com a epiderme enrugada. Já estão todos entregues.
Vou para a escola. Alguma coisa mudou. Já não estou sentado ao lado da Tânia, nem da Carla. Caio em mim e sou professor. Abrimos os livros, escrevemos a giz a data, uno um fio condutor com a aula passada. (Os meus alunos nunca saberão que há um fio que me une a uma carrinha Bedford, a um centro de dia, às voltas e voltas num novelo de vidas velhas, hoje mortas, a um cheiro que não é nostálgico, nem saudoso. Duvido que eles queiram saber. Para eles, 34 anos é um número que vai para velho e o tempo não é coisa que os preocupe no seu tempo).
Apago a giz a data. Volto da escola e faço a volta de regresso a casa. Só tenho um passageiro e não vamos de Bedford. Vamos a pé. Tem três anos e é meu filho. Ainda cheira e bebé. Ainda não acumulou tempo suficiente. Qualquer dia apanhamos a carrinha...

sexta-feira, junho 20, 2014

Troika e 25 de Abril (André Carrilho)

Saída limpa



25 de Abril, 40 anos


André Carrilho is a designer, illustrator, cartoonist, animator and caricature artist, based in Lisbon, Portugal.

He has won several national and international prizes and has shown his work in group and solo exhibitions in Portugal, Spain, Brazil, France, Czech Republic and USA.


(Dados da sua página em Flickr. A sua galeria)







terça-feira, junho 10, 2014

Manhã de sábado.

Levanto-me da semana. Descalço em junho frio e com os óculos por pôr na cara levada pela almofada. De um lado o sono de uma esposa que repousa e é melhor não acordar para uma rotina cansada da espertina madrugadora. Pode ter uma consequência mal-humorada. Do outro, ainda silencioso, o dormir a brincar do meu filho sem léxico de colégio. O silêncio da casa é impossível pelos acervos de brinquedos e pelos livros soltos patrulhados por gatas que lambem patas. Levanto-me para o papel. A noite deu-me sonho e a madrugada pôs-me uma nota no bolso. Tenho de a ler antes que vá à máquina de lavar, como tantas outras notas, bilhetinhos discretos, que a vida me dá e apenas se estilhaçam na algibeira. Saboreio o hálito do hábito das manhãs sentado na mesa onde escrevo. No entorno do computador tenho um torno. Vermelho. Enroscado na madeira. Aqui aperto palavras. Ligeiramente aperto para a direita. Alivio algo, caso sinta queixa do que se aperta. As palavras também se serram, se limam, se fresam. E continuam iguais. Palavras. Tal como a madeira ou o metal. Sinto-me um artesão sempre que uso as minhas mãos. Sou feliz ao pensar-me assim. Do outro lado ouço lençóis que falam com um fungar no nariz. Oiço uma chupeta que me chama papá. Desaperto o torno e solto a manhã.
Vou fazer café.


7/VI/2014

Arregaçada manga

Arregaçada manga
Queimado suor no antebraço
Descobre cicatrizes que já não se esforçam por se ocultar.

Actrizes de um palco duro,
Aberto a pulso e machadada,
Dessas que nunca serão premiadas
Nem com um fútil aplauso de gala.

Descobre-se o tempo no mecanismo,
Aberto no botão de punho do empirismo.
As mãos, em pontas de dedos com espinhas saídas de cima
De unhas feridas, abrem a fivela do passado tapado num relógio.
As lâminas distinguidas, arremangados fantasmas do meu desígnio, do dia do meu suicídio.


(Thinking of Tom Joad)