por Luis Leal
Una
brevísima nota biográfica:
El poeta
portugués Ruy Ventura nació en Portalegre en 1973 y actualmente vive en
Azeitão, donde enseña lengua y literatura portuguesa en un instituto de la
localidad.
Su primer
poemario, “Arquitectura de Silencio”, fue galardonado en 1997 con el Premio Revelación
de la Asociación Portuguesa de Escritores. Desde entonces ha publicado otras
obras como “Siete capítulos del mundo” y “Así se deja una casa” (ambos en 2003);
“Llave de Ignición”, en 2009, “Instrumentos de Soplo” de 2010 y, en 2012,
“Contramina”.
El año pasado,
la obra del poeta cruza el atlántico y llega a Brasil con una antología llamada
“Calle de la otra Calle” (“Rua da outra Rua”).
Es posible
encontrar innumerables poemas suyos traducidos al inglés, alemán, francés y
español.
Ruy Ventura,
además de su actividad poética y docente, es también traductor, investigador y ensayista con intereses tan
diversos como la toponimia, el patrimonio histórico religioso, la poesía
contemporánea y la literatura tradicional portuguesa. En el ámbito de la
traducción hay que destacar su vinculación a Extremadura, siendo traductor de
autores extremeños como Ángel Campos, Antonio Sáez o José María Cumbreño.
Algunas
consideraciones personales sobre la lírica de Ruy Ventura:
En Ruy Ventura
encontramos la raya, o, a lo mejor, dos rayas. Una serrana, desde la cuna, donde
resuena España desde lo más alto de la Sierra de S. Mamede, y otra, también
montañosa, que limita Portugal con su reflejo en el espejo del Atlántico, en
una quietud casi monástica de la Sierra de Arrábida.
Estas
geografías inspiraron grandes nombres del lirismo portugués, como José Régio,
desde su ventana de Portalegre, Sebastião da Gama en lo más alto de la
península de Setúbal, o, incluso, mi tan estimado Bocage. Y, desde hace ya casi
20 años, Ruy Ventura es un dignísimo
sucesor de este lirismo luso.
No es el tiempo
cronológico el que pone las comas en la poética de Ruy Ventura, quizás algunos
granos de arena o las ramas podadas de algunos momentos que llenan una casa,
cuyos fondos son una especie de raíz que la sostienen en una arquitectura de
silencio.
Desde el
relieve encontramos una fuerza telúrica de montaña, escribiendo y reescribiendo
su voz. El poeta Ruy Ventura persigue imágenes que caminan con la lucidez del
vate que no cierra los ojos, que fotografía todo pero no encuentra nada para
revelar. ¿Y por qué habrá que revelar la mirada?
Esa es la gran
diferencia entre literatura y poesía como Ruy Ventura la concibe en su obra. Al
optar por la prosa, el autor cuenta lo poético que encuentra en su universo con
un lenguaje que se deja deslumbrar por su propio movimiento, dejando, incluso,
herirse por sus imágenes.
¿Piedra o sangre? ¿Sangre o tinta? ¿Tinta o
piedra? El poeta brasileño, que tanto cantó la aridez de su Sertão, como la
fertilidad de Andalucia, João Cabral de Melo Neto nos educó por la piedra, sin
embargo Ruy Ventura nos enseña que la piedra acompaña la forma del mundo, en su
ausencia de voz, en la dureza que la aparta de ser tierra.
Al guardar en
los ojos las semillas, el poeta logra abandonar la brevedad y cadenas que
pueden ser las raíces de uno, obturando, siempre, en gestos impregnados de nitrato
de plata, la sombra de su original voz poética.
Cerré las tapas
que ocultan esta breve antología con la sensación de haber peregrinado por la
montaña para visitar un santuario, seguro de que el verbo orar no es antagónico
al laborar del poeta. Eso es más que evidente en la poética de Ruy Ventura
cuyos poemas son un medio y la reflexión un fin. Como él mismo enuncia “hay,
sin embargo, hechos, vestigios, trozos de papel, facturas que la escritura
nunca descuidada fue a dejar entre las páginas de un desierto…”
En la lírica de
Ventura, cuyo nombre nos podría resumir su obra, con la ayuda del diccionario
de la RAE, encontramos felicidad, suerte, contingencia o casualidad, como
también el riesgo, el peligro, o, por antonomasia, el suceso o lance extraño
que procede de la actividad poética.
En las palabras
de Ventura sabemos que del grito a la nada se cruza por una tabla de madera que
une los dos lados del andamio y nos quedamos con la certeza que si queremos
intentar, de alguna manera, traer la idea de Dios a nuestro pensamiento, simplemente,
estimados lectores, como dice el poeta que tengo el placer de presentar, hay
que tener cojones, o, como se dice en portugués: “ter colhões”.
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