En una manifestación multitudinaria de la derecha, compuesta en su mayoría por gente de ideas conservadoras muy legítimas, bastará con que en ella se introduzca un grupo franquista con la bandera preconstitucional, con gritos e insultos incendiarios llamando a la acción directa para que todo el acto huela a fascismo, que es el ajo de este guiso popular. Sucede lo mismo en una concentración de izquierdas si en ella participan algunos radicales alucinados, que sueñan todavía con asaltar el palacio de Invierno, aunque sea armados con el cubierto del pescado. La convivencia de personas, ideas y pasiones se establece siempre por el nivel más rudimentario. Es más fácil dar mazazos a un bombo que tocar el piano, sobre todo si se intenta interpretar a Chopín con guantes de boxeo. Si un esteta se enamorara de una hortera acabaría veraneando en Marina D?Or y si ella fuera una señora exquisita y se juntara con un oyente amamantado a diario por el odio que siembra la radio episcopal, sin duda, echaría espumarajos por la boca con solo nombrarle al anticristo Zapatero; si a una pancarta llevada por Adenauer, De Gaulle y Churchill se incorporara Idi Amin, el rasero lo impondría este carnicero de Uganda y si en una mesa redonda de escritores participaran Samuel Beckett, Arthur Miller y Albert Camus, y de pronto, un gacetillero de salsa rosa se hiciera cargo de una de las ponencias, éste marcaría finalmente el prestigio de la reunión y no sería extraño que los cuatro terminaran hablando del adulterio de la mujer de un torero. En todo guiso donde se pone ajo, siempre manda el ajo. A algunos les gusta la comida muy recia, pero en política el fascismo es una ideología que lo impregna todo, como el ajo, cuyo sabor se apodera del plato hasta convertirlo en un alimento sólo apto para estómagos de antiguos arrieros, o en este caso, para fanáticos de extrema derecha. Han sido las minorías de la izquierda democrática y de la derecha civilizada las que han sacado a este país de sus grandes atascos. El sentido común en España ha constituido siempre una empresa heroica y más ahora que el pensamiento testicular se ha apoderado de la vida pública. Muchos militantes del Partido Popular comienzan a sentirse avergonzados de los energúmenos de la propia casa; las gentes de izquierda son diariamente vilipendiadas desde la caverna, pero a ciudadanos de esta clase se deben los momentos estelares de nuestra historia. De uno y otro lado, los moderados son los verdaderos héroes de España.
In El País, 11-3-07
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