sábado, novembro 22, 2014

TRANSCRIPCIÓN DE LA PRESENTACIÓN DE LA TRADUCCIÓN DE ANTONIO SÁEZ DELGADO DEL “LIBRO DEL DESASOSIEGO” DE FERNANDO PESSOA

Librería Colón (Badajoz) a 21 de noviembre de 2014


«Quisiera empezar esta presentación hablando sobre el autor del “Libro del Desasosiego”, Fernando Pessoa. Hablar de Pessoa es como hablar de un “baúl” vivo, desordenadamente brillante en su descomunal obra, publicada o inédita, que me deslumbra por su misantropía como también por su fuerte personalidad poliédrica y filosófica.

La fascinación por su obra ya es muy antigua, desde los tiempos de mi juventud, de mis clases de lengua portuguesa en el instituto en que me di cuenta que Pessoa no inventaba personajes, él criaba escritores y poetas completos, siendo esta una manera, como el propio afirmaba, “de sentir el mundo de manera más completa”.

Tuvo una vida discreta como ciudadano, pero para la historia de la literatura se desdobló en varios heterónimos (según el editor del actual “Libro del Desasosiego”, Jerónimo Pizarro, 136) que lo ascendieron al panteón de los más brillantes e importantes del modernismo del siglo XX y de toda la literatura mundial.  

Su juventud en Sudáfrica, su pasado anglófono, su bilingüismo (evidente en heterónimos de lengua inglesa como Alexander Search) o incluso multilingüismo (pues parece que Pessoa se atrevía también a escribir en francés), marcan una transición en el paradigma cultural y literario portugués tan cercano al canon de las letras francófonas  y lo abre al universo literario de Shakespeare.  

Hablar de sus más importantes heterónimos como el anti-metafísico Alberto Caeiro (que preconizaba que “pensar es estar enfermo de los ojos”), el latinista Ricardo Reis o ingeniero decadente Álvaro de Campos, es ver universos literarios en la figura de Pessoa.

La filosofía epicureísta del maestro Caeiro, soportada por la perfección moral e intelectual de Reis, es un contrapunto al decadentismo de Campos, tan visible en el poema “Opiário” dedicado al poeta portugués Mário de Sá Carneiro, del cual os leo la estrofa que podía perfectamente pertenecer a Bernardo Soares, a quién Pessoa adjudicó parte de su “Libro del Desasosiego”:

“Por eso yo tomo opio. Es un remedio
Soy un convaleciente del Momento.
Vivo en la planta baja del pensamiento
Y ver pasar la vida me hace tedio”.

Como sabemos, Bernardo Soares es, dentro de la ficción del libro que hoy presentamos, un simple ayudante de guarda libros en la ciudad de Lisboa, pero Pessoa lo define como una personalidad no distinta de la suya, “pero una simple mutilación de ella”. Se trataría del propio Pessoa restando el raciocinio y afectividad.

Introducido el poeta nos vamos al “Libro del desasosiego”. Para mí, (y creo que para los que son sensibles a estos temas de la literatura y de la poética) a nivel intelectual hay un antes y un después de haber leído el “Libro del Desasosiego”.

Se trata de una obra maestra póstuma, guardada en un sobre lleno de cientos de fragmentos que oscilan entre el diario íntimo, la prosa poética y la narrativa, textos estos que nadie sabrá si Pessoa tenía o no ganas de organizar. Este sobre ocultó durante 47 años el “Libro del Desasosiego”, curiosamente los mismos años que vivió Pessoa.

Este libro, que cuenta ya con innumerables versiones en portugués, y con cuatro traducciones en español es la prueba evidente que una prosaica cirrosis no impide un genio de la literatura de seguir creando. Como dice mi amigo Antonio, efectivamente Pessoa “es el único escritor muerto que publica más que escritores vivos; un milagro, un emblema de la modernidad”.

Esta nueva edición, de Jerónimo Pizarro, reconocido estudioso pessoano, vuelve al sobre, a la fuente de textos, creando un nuevo corpus y una nueva organización de la obra. Pizarro entra de esta manera en la historia del “Libro del desasosiego” que es también la historia de sus versiones y ediciones.

Pizarro se aleja de versiones anteriores al establecer una datación posible o aproximada de todos los fragmentos que constituyen su edición. Con un corpus de 445 fragmentos (número bastante inferior al encontrado en otras versiones), se incide en una lectura histórica con una supuesta evolución cronológica donde encontramos la progresión de sus dos semiheterónimos: el tantas veces olvidado Vicente Guedes y Bernardo Soares que es una apropiación tardía de la biografía de Guedes.  

Tenemos entonces dos heterónimos y una obra más corta, dividida en dos fases de escritura;
la centrada entre 1913 y 1920 de Guedes y una segunda, entre 1929 y 1934 protagonizada por Soares.

Partimos de una lectura más clara, más simbolista decadente, asociada a la figura de Vicente Guedes, y llegamos a una segunda parte, a un Bernardo Soares más sobrio, perplejo ante la condición humana, una personificación del tedio y la inacción, siendo, al mismo tiempo, un retrato de la ciudad de Lisboa. Pessoa y Lisboa son una rima perfecta, pero al contrario de Pizarro no creo que Pessoa sea Lisboa, puesto que el genio supera la capital.

Tuve la suerte de cruzarme con varias de las ediciones anteriores, sentí sus estados de alma, sus fragmentos indecisos, intenté ver sus enfoques y recorridos en todas las direcciones, y me alegro mucho que ahora Antonio Sáez, con esta traducción, sea también parte de la historia “desassossegada” de este libro.

Ahora me toca hablar de Antonio Sáez. Esta es, sin duda, la tarea más difícil porque Pessoa no fue maestro mío y Antonio lo fue y sigue siendo.

Ahora sería el momento en que yo alabaría su brillante currículum docente, sus artículos, su trabajo de traducción o su obra como poeta y escritor reconocida por el prestigioso premio Eduardo Lourenço. Creo que no hace falta. Todos los que estamos aquí conocemos la obra de Antonio o si no, disculpadme amigos, lo tenéis en internet. 

Prefiero volver atrás en el tiempo, hace 15 años, cuando conocí a Antonio, todavía con pelo y un poquito más gordito. En la Universidad de Évora, cuyo escudo preconiza el “honesto estudio”, tuve muchos profesores pero pocos maestros. No es por estar aquí hoy que puedo afirmar que Antonio fue uno de ellos. Preguntad a la mayoría de los alumnos de mi promoción.

En sus clases Antonio me dio más que Español I y II o Literatura Comparada. Yo, como estantería bastante vacía que era entonces, empecé a llenarme con sus sugerencias de libros y letras que hoy tengo tatuadas más allá de la epidermis. Pero también me presentó a Pepa y a su novio marino, personajes famosos de sus dictados inventados sobre la marcha.

Antonio me dio más que El Quijote de Cervantes.  Me montó en el  Seat 600 del Monseñor Quijote que me llevó, junto al alcalde Sancho, por esos campos de la Mancha (con unas paraditas para comer un trocito de queso manchego y una copita de Rioja).
Antonio, sin darse cuenta, me dijo que Machado también se crió en un patio como yo.

Antonio me dio “Instantes” de generosidad, como el que me está dando ahora al invitarme como amigo a presentar su traducción, “Instantes” que me acompañan en una fotocopia cutre (como todas las fotocopias que nos daba, sí, Antonio no es perfecto) de un poema de Jorge Luis Borges, que al final todavía no sé si es verdaderamente suyo…

Me gustaría terminar como empieza ese supuesto poema de Borges:
“Si pudiera vivir nuevamente mi vida
En la próxima trataría de volver a ser alumno de Antonio”.».

  


   




 


  



1 comentário:

Litodav disse...

Grande Luis.