“El cronista se presenta” - Luis Leal (texto traducido y adaptado de la revista Mais Alentejo, n.º 128)
Se teoriza un big bang, una fusión de átomos, un pensamiento, una intervención divina, una incredulidad, una palabra, varias palabras que sirven como introducción, o lo que sea, hasta llegar a alguna conclusión. Si me pongo a intelectualizar) de dónde vengo, suena una guitarra sin fado, con cuerdas rítmicas e inocentes, acompañada por Jorge Drexler, la voz amiga de siempre que jamás conocí y que compuso esta canción especialmente para mí: "Yo no sé de dónde soy, / mi casa está en la frontera / y las fronteras se mueven, / como las banderas."
Tiendo a reflexionar sobre lo que vivo, quizás porque a menudo no sé qué lengua resuena dentro de mí, en qué tierra estoy, cuál es el huso horario de mi ritmo biológico, qué aire respiro y qué dióxido de carbono libero a mi alrededor. Sin embargo, he descubierto que los gestos cotidianos, ajenos al pensamiento, mudos en términos de idioma, sin nacionalidad, siempre nos llevan de vuelta a nuestras raíces.
Cada vez que meto la mano en el fondo de mi bolsillo, me aferro a la certeza de un objeto, al constante peligro de la hoja que puede cortar amarras, pero no el lastre de un ego que, al querer interpretarse, obviamente, pierde tiempo. Con la mano en el bolsillo, sé que soy alentejano. Sostengo mi pasado en forma de navaja, consciente del brillo de la hoja metálica que me sirve de espejo, del filo cortante de vivir el momento, junto con el óxido que revela la falsedad de la inmortalidad del metal.
Escribir y hacer este podcast incita al cronista a presentarse así, con las manos vacías, pero con un cuchillo en el bolsillo. Les pide encarecidamente a los oyentes que no lo confundan con un vulgar bandolero. La única arma que lleva capa grillos y el único banco que este cronista asalta alberga recuerdos y divagaciones cuya rutina le hipoteca el tiempo para escribirlas.
Nos materializamos en algún objeto, o en varios, desde la pura admiración hasta la esclavitud espuria. Mi abuelo quiso que fuera leal a esta verdad, a este objeto. Creo que me puso una navaja invisible en la cuna, dándome una tercera mano, tan indispensable como las otras dos. Cuidar una navaja no es diferente de afilar a nuestros hijos a través de la suavidad de la caricia en el duro deslizamiento de la piedra de amolar. En palabras de João Serra, cada cuchillo “se trataba con gran cuidado, evitando que el óxido lo afectara y cuidando el filo, que no podía tener fallas ni roturas. Ocupaba poco espacio en los bolsillos de los campesinos, donde entraba por la mañana, junto al pañuelo y la onza de tabaco para los fumadores. (…) Con él se cortaba el pan (…) se troceaban las aceitunas (…) se afilaban lápices en la escuela y se abrían cartas y, ocasionalmente, libros. Con él, un hombre podía enfrentar peligros reales o imaginarios. Con él, un hombre nunca se sentía solo.”
Con la navaja en el bolsillo, he cruzado algunas fronteras, a veces en la bodega del avión debido a la connotación terrorista que tiene en cualquier aeropuerto, hasta el punto de que, una vez aterrizado, necesito una pequeña navaja local, confiable en sus servicios, que rara vez me acompaña de regreso a casa.
Con la navaja en el bolsillo, crucé la frontera. Un alentejano no se siente diferente de un extremeño. En ese continuo de llanura marcado por la serranía y atravesado por el Guadiana, que decidió que al oeste se habla portugués y al este español, la navaja corta fronteras. Prueba de ello es MacGyver, ese embajador universal del potencial del hombre y de la navaja. Y fue con la navaja que sellé mi hermandad con el poeta Samuel Chamorro, quien, junto a la navaja heredada de mi abuelo, puso la necesidad del lápiz. Sus versos concluyen, con broche de oro, que la patria es la herencia de nuestros padres, algo que no confundo con el país: “Con tu navaja, padre, / afilo un lápiz, el mío, / que siempre, / siempre, / escribe romo.”
"Con tu navaja padre" - Foto de Luis Leal |
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