quarta-feira, março 26, 2014

ABRIL por Luis Leal (artigo para "Moñino Times", 2014)

No es la primera vez que escribo sobre abril. Ni la segunda, y no me parece que vaya a ser la última. No escribo sobre el cuarto mes del año, ni de su perspectiva en el calendario, de cómo puede tener aguas mil o primaverales sonrisas abiertas por días soleados. Eso tiene que ver con milenios de herencia climatológica y no se puede confundir con este Abril de la “ternura de los cuarenta” o, teniendo en cuenta la coyuntura actual, el Abril de la crisis de los cuarenta, como le venden la moto, sin que le haga falta probar que mantiene su espíritu original.
Seguro que, los más atentos, o los que conozcan un poco del siglo XX portugués, sabéis que escribo sobre “otro” Abril, que me atrevo a escribir con mayúscula, quizás más lírico que primaveral, un Abril florido por la libertad agarrada, con el puño cerrado, a un clavel. Eso se pasó hace precisamente cuatro décadas, en el 25, ese clavel salió a la calle y acabó con una de las dictaduras más largas del último siglo.
Portugal, este país aquí al lado, este hermano de raya recortada de 1234 km dibujada a lo largo de ocho siglos, es evidentemente pequeño y residual para la economía mundial. Se caracteriza por PIBs y presupuestos generales raros, rectangulares (como la forma geográfica que adoptó como su frontera, la más antigua de Europa), con crisis anacrónicas que insisten en seguir en el orden del día (al mismo tiempo tan útiles para justificar desigualdades que se perpetúan en su DNA sociocultural), pero a esto se junta un efecto antiinflamatorio y baños de iodo en un atlántico paliativo vigilado por Fátima, la virgen vigilante de la playa.
Si hablamos en estos términos tan de moda de macroeconomías  (léxico de microespíritus y empatías deficitarias), potencias, tipo G7 (una menos, porque estamos enfadados con la Federación Rusa), el país vecino no se impone. La única G que conoce es de la ametralladora G3, recuerdo del estrés postraumático del Ultramar, herida abierta obligada, infectada, o, en buen día, en un ambiente de optimismo que no abunda hoy en día en el seno de Troikas, FMIs o austeridades, le podrá recordar que esa misma arma fue callada por claveles rojos, sin ideología pero de esperanza.
Es en este ámbito que Portugal se puede imponer. Con su cultura, su historia real, no solamente trágica, para justificar un “fado” patrimonio intangible de la humanidad, el lirismo es igual de intangible y su insolvencia mata tanto como la escasez de pan.  
Hace cuarenta años, este pequeño país amordazado devolvió la esperanza de libertad a una península sumergida, aislada, por dos regímenes cómplices, pero, convenientemente, de espaldas.
Hace cuarenta años, en una mañana fría de abril, según los versos de Pedro Ayres de Magalhães, “un gesto puro coincidió con la multitud que todo esperaba y descubrió que la razón de un pueblo entero lleva tiempo a construirse”.
Hace cuarenta años, quien vivió Abril, se acostaba con la sensación que había cambiado el mundo. La historia hoy nos dice que sí. Es verdad. La gente ya podía ver en los cines la violencia “for the sake of violence” de “La Naranja Mecánica”, el erotismo de mantequilla de “El Último Tango en París” y, también, el sentido común de Burt Lancaster en “El Gatopardo”.
Se pasaron cuarenta años. El gesto puro creció y una multitud centrífuga le apartó de su esencia. Es decir, emigró. La esperanza se fue con el huracán Maddof (de los mercados), pero en facebook dijeron que algunos pelos se quedaron en los árboles. Pronto se esperan más tweets.  
Sin embargo, yo sigo aquí, delante del ordenador, seguro que escribo sobre un Abril portugués, pero con la sensación que, si TVE me llamara, sería capaz de hacer una transición democrática para un episodio de “Cuéntame”, hacer el puente con la realidad de la simpática familia Alcántara. 

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