Es cierto que no soy un gran conocedor de la
literatura francesa, con excepción de los tópicos y lugares comunes, pero la
casualidad (que, si nos fijamos, rima con oportunidad) de haber colaborado en
la traducción de un catálogo de arte, me llevó a conocer a un poeta francés muy
interesante: René Char. Aprovecho para compartir lo subrayado del encuentro con
vosotros: impón tu oportunidad, agarra tu
felicidad y corre tu riesgo.
La obra de Char no se resume en estos versos,
sin embargo, contienen intrepidez y atrevimiento en un sentido que veo como
atreverse a hacer y no como intromisión.
Según algunos intelectuales y filósofos, el
presente que vivimos carece de osadía. Hay incluso quien afirma, como es el
caso del también francés Charles Pépin, que el aprendizaje de la osadía se hace
admirando la audacia de otros. Evoco el ejemplo de Pablo Picasso y cómo este
admiraba en la obra de Diego Velázquez, andaluz como él, los juegos de miradas
y reflejos, la destreza ilusionista que transformaba algunos cuadros, como “Las
Meninas”, en auténticos rompecabezas, al punto de que esos efectos ilusionistas
son una de las claves de la obra de Picasso. Pintó 58 variaciones de ese cuadro
y, en la última, se representó a sí mismo, en lugar de Velázquez, en el espejo
que está en el centro.
Quien es audaz admira. Admira la singularidad
del otro. Por eso no lo copia, el otro lo fascina porque es inimitable, pero se
inspira en él. Pépin lo resume muy bien de la siguiente manera: es la virtud de la ejemplaridad que no debe
ser entendida en sentido imitativo.
En el fondo, Luis
es un trágico,
lo dice una de las personas que más admiro. Eran palabras de cariño, pero me
llevaron a pensar si me sentía ese trágico que se esconde detrás del sentido de
humor y de la ironía. Aparco mi pensamiento al sol de la creencia de que la
realidad de lo que somos es una síntesis de cómo nos vemos y de cómo los demás
nos ven. Quizás en ese choque de perspectivas, de miradas, centrípetas y centrífugas, se encuentre alguna verdad
del ser.
Sin embargo, Valéry tenía razón, cuántas cosas es preciso ignorar para que podamos
reaccionar. Ignoraba en mí esa característica, pero no ignoro la
consideración por quien me la reconoce. Días después, volví a un libro de su
autoría, de esos bastante subrayados y estimados de mi biblioteca, y me
reencuentro con el aforismo Lo peor de la
vida es que siempre acaba mal. En ese momento no me acordé de la tesis de Pépin,
pero sí del refrán portugués diz o roto
para o nu, algo como le dice el roto
al desnudo. Justo después, ese aforismo se confirma con una bella entrada
de diario, cuya transcripción es fundamental y merecida:
Que con frecuencia
es más fácil encontrar literatura en los periódicos que en los libros de
poemas, lo sabe cualquiera que compre la prensa a diario y que gaste su dinero
en libros de poesía. Sólo que, demasiado a menudo, en los diarios esa poesía
que nos rodea en la vida cotidiana se empeña en esconderse tras las máscaras
más brutales (y más rutinarias) de la realidad.
Hoy me he dado
cuenta (después de algunos años leyendo el “Diário do Sul” que se publica en
Évora) del título que abre la página de obituario, es decir, la de las
esquelas, que aquí aparecen con fotografías que ya se han empeñado en mostrarme
más de un rostro conocido: “Los que pasan”.
Si nos falta audacia es porque padecemos de
un déficit de atención. Si no tenemos quien nos inspire, la masificación de
este presente puede aplastar toda la singularidad. La admiración es un motor de
arranque que nos lleva a descubrir nuevos caminos en coche dentro de las rutas
que muchos otros recorrieron a pie antes que nosotros.
Estoy de acuerdo cuando se dice que la
proliferación de figuras mediocres, producto de los reality shows, de las revistas del corazón, youtubers, incluso de la política, constituye un peligro para la
sociedad. Que una época atribuya protagonismo a tantos personajes sin ningún
talento, además de la total ausencia de talento, carisma o mérito, es un hecho
inédito en la historia y del cual, en un futuro próximo, podremos analizar las
consecuencias. No tener referentes es una especie de orfandad para nuestra
creatividad, para nuestro pensamiento. No sé si es porque soy un trágico, pero
desconozco que algún participante del Gran
Hermano o Sálvame se haya esforzado
por dejarnos “58 variaciones” de un mundo un pelín mejor.
Quien puso al desnudo mi carácter
trágico/disimulado, y es el autor de estos admirables fragmentos, es Antonio
Sáez Delgado, maestro de una escuela de “trágicos” que viven y sienten En otra patria.
-->
“Los que pasan”. En ese periódico eborense ya
pasaron muchos de los míos y, posiblemente, pasaremos nosotros, pero, querido
amigo, tengo la audacia de querer ver mi fin en el tablón de anuncios de la Praça do Giraldo y que alguien se pare y
diga este sabía que todo iba a acabar
mal, pero prestó atención hasta el final.
Esquilo, Sófocles e Eurípides |
Sem comentários:
Enviar um comentário