El Gallo de Ferro
La representatividad de una nación a través de un animal es algo tan común,
e histórico, como, desde el siglo pasado, lo es para los equipos de fútbol. Da
igual si son animales reales o mitológicos. No nos extraña que el unicornio de Escocia,
el dragón galés o el turul húngaro
coexistan con el águila imperial de Alemania, el San Bernardo chocolatero
suizo, el lobo italicus o el toro de
España (tan bien aprovechado por Osborne), entre tantos otros ejemplos que
sobrepasan el ámbito europeo y encontramos por todo el mundo.
El toro español vive entre dos gallos, el coq sportif, acostumbrado al tenis de Roland Garros, y el Galo de Barcelos, esa criatura de terracota
que, de lo alto de cualquier estantería, televisión antigua, café, taberna o en
cualquier rastro (las famosas feiras da
ladra). Se trata de uno de los símbolos más conocidos de la portugalidade, representando tantas
veces a Portugal en el extranjero, lo que genera risas, irritación o
indiferencia a unos cuantos, conocedores de su origen y expediente.
La verdad es que, hasta 1931, este gallo, moldeado por los ceramistas de
Barcelos, llevaba un par de años circulando por las ferias portuguesas, sin ningún
tipo de valor representativo que fuese más allá de una simple leyenda. Es tan
inverosímil que jamás la Iglesia Católica le dedicó importancia, no pasando de
una antiquísima historia de tradición oral sobre un peregrino que, de camino a
Santiago de Compostela, es acusado injustamente de un robo y se le condena a la
horca, salvándose porque un gallo, ya cocinado y puesto en la mesa, sería su
prueba de inocencia si volviese a cantar. Parece que el gallo cantó y el
hombre, como manera de agradecimiento por el cacareo salvador, años más tarde,
también de paso a Santiago, allí en Barcelos, habrá mandado construir el crucero
que se conoce como el del Senhor do Galo.
Todos los que conozcan la figura de António Ferro saben que este hombre,
además de escritor y periodista, fue el más destacado propagandista del Estado
Novo en Portugal, al punto que, como señala Orlando Raimundo, se le pueda
llamar el inventor del Salazarismo.
Lo curioso es que el gallo de Barcelos, como símbolo del país vecino, nació de
la necesidad, tan prosaica como afable, de António Ferro de obsequiar a los
participantes extranjeros del V Congreso Internacional de la Crítica con un
recuerdo de una pieza típica del arte popular portugués.
Ferro conocía la historia y sabía que al pueblo de la región de Barcelos le
encantaba su gallináceo milagrero, por eso encarga a sus colaboradores que
traigan varios gallos de regalo. Al principio la cosa no fue fácil, hasta que
la familia Couto Viana, de Viana do Castelo, ayudó en la búsqueda. Según esta familia
del norte de Portugal, dicho gallo de cerámica nació, debido a la leyenda, en
1925, siendo puesto en venta en las ferias dos años después.
Cocidos a altas temperaturas, los primeros gallos eran rojos, pero António
Ferro introdujo de inmediato cambios, sugiriendo que los pintasen de blanco,
negro y amarillo primero y de otros colores más folclóricos después. Como coloreada
curiosidad, se dice que Ferro, fervoroso benfiquista,
hizo que el color del Sport Lisboa e
Benfica dejara de llamarse rojo (vermelho)
y pasase a encarnado, para evitar
connotaciones políticas con las ideologías de izquierda. Sin embargo, fue el
pintor artesano Gonçalves Torres el encargado de estilizar la cresta y la cola
del garrido gallito.
La entronización del gallo de Ferro como insignia lusa se hará en la
Exposición del Mundo Portugués, en 1940, siendo colocado en un lugar de gran
visibilidad en el pabellón dedicado a la vida regional, haciendo que centenas
de miles de visitantes, de dentro y fuera de Portugal, se fijasen en ese icono.
Hace un par de años, la artista plástica portuguesa Joana de Vasconcelos (¡su
apellido rima con Barcelos!) hizo una versión gigante del gallo de Ferro, al
que llamó “Pop Galo”. Con esta obra XXL quiso reivindicar, recurriendo a la
tradición de la azulejería portuguesa y a la tecnología LED, uno de los
símbolos más relevantes de la cultura popular de Portugal. Sin embargo, muy
probablemente de manera inconsciente, lo que hizo fue reivindicar la huella
polémica de António Ferro que sobrevive en lo que se dice ser genuinamente portugués.
Yo soy de los que se ríen, aprovechando para imaginar que, al final, el
gallo descomunal es un robot transformer
enviado por la ex Unión Soviética para atacar la Lisboa de Salazar. ¿Cómo
serían los superhéroes protectores inventados por Ferro? A mí se me ocurre un Capitão Falcão[1]
y su compañero Puto Perdiz (Crío
Perdiz en español). Me parece que este paréntesis es importante puesto que un
falso amigo lingüístico se infiltra fácilmente, tal cual como un falso símbolo.
Fuentes:
LEAL, Ernesto Castro (1994), António
Ferro – Espaço Político e Imaginário Social (1918-1932), Lisboa, Edições
Cosmos.
ACCIAIUOLI, Margarida (2013), António
Ferro – A Vertigem da Palabra, Lisboa, Editorial Bizâncio.
RAIMUNDO, Orlando (2015), António
Ferro: O Inventor do Salazarismo – Mitos e falsificações do homem da propaganda
da ditadura, Alfragide, D. Quixote.
[1] Capitão Falcão (2015) es una
película de comedia sobre el primer superhéroe portugués. Al servicio de la dictadura de Salazar, Capitão Falcão es una parodia al
superhombre fascista, machista, homófobo e impresentable dispuesto a
compincharse con quien haga falta con tal de trepar y servir a la causa que le
da de comer.
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