Presentación del libro Notas para no esconder la luz, de Faustino Lobato
Es para mí un verdadero placer presentar Notas para no esconder la luz, el poemario de Faustino Lobato, que nos llega ahora en una edición bilingüe español-portugués, con traducción de Manuel Neto dos Santos —quien también firma el prólogo en portugués—, y con otro interesantísimo prólogo, en español, a cargo de Santiago Méndez, cuya lectura recomiendo especialmente por su sagacidad al captar la esencia esplendorosa de esta obra, y porque su enfoque difiere ligeramente de la perspectiva que en seguida compartiré con vosotros. Pero esa es una de las virtudes de la literatura, especialmente del género de la poesía: llega a los lectores de diferentes maneras.
Nos encontramos ante un poemario apolíneo, fruto de un “trabajo cotidiano” de discernimiento, donde la poesía nace con la naturalidad de quien habita el mundo con los ojos bien abiertos e inmunes a cualquier “fotosensibilidad”. Esa luminosidad —que se cuela en cada verso— no es abstracta ni decorativa: está comprometida con el territorio compartido que muchos de los presentes, y yo incluido, “respiramos”, con nuestra ciudad de Badajoz, cuyas resonancias se convierten en “espejos interiores” que reflejan las rimas del alma. Rimas que no eluden el dolor, sino que lo abrazan en la búsqueda de un verso, de la entereza de un poema, o incluso de “un cualquier color que nos permita descifrar la imperfecta materia” de nuestro ser.
En este libro, Faustino Lobato “rompe la falacia de las prisas” y abre paso a una gramática de la luz, sin desentenderse de la sombra, del gris cotidiano, del absurdo que escapa a toda regla. Frente a ello, el poeta defiende la fe como sustento del sueño y se atreve a evocar “la confianza del camino, más allá de la oscuridad y la quimera”. La luz que habita estas páginas puede parecer eterna, pero a mí me conmueve más su cualidad de memoria. Una memoria que, como escribe el autor, “huye de la farsa del tiempo” y que, en su densidad íntima, también puede ser salvación —como bien supo ver Roberto Juarroz.
No sabría decir si estas notas nos revelan “la otra cara de lo real”, pero sí sé que contienen “la ceremonia de lo simple, sin más pretensiones que la vida”. Y esa vida, que Faustino nombra con palabras exactas, está plagada de “adverbios del momento”, términos que no buscan brillar, sino situarse. Lejos de la grandilocuencia de “verbos y adjetivos” innecesarios, su poesía cultiva el silencio, el asombro, la contemplación: cualidades cada vez más escasas en estos tiempos saturados de luces estridentes, de candilejas marcadas por protagonismos excesivos, de vacío y frivolidad.
Aquí, en cambio, nos encontramos con la luz como milagro: la luz que expone a la musa, pero también al sujeto lírico, sin miedo. Una luz que, más allá de las anotaciones de amores y temores, por su propia naturaleza frágil, debe ser cuidada. Y eso es precisamente lo que hace Faustino Lobato: “cuidando la luz de estos versos”, compartiéndolos con honestidad y sin pretensiones elocuentes; eso sí, consciente de que la luz es más difícil de cuidar que la oscuridad.
Este poemario merece ser leído y releído tanto en su idioma original como en la traducción al portugués de Manuel Neto dos Santos. Gracias a la sensibilidad del poeta y a la labor del traductor, esta edición bilingüe, con el sello de la Fundación CB, abraza las tierras y la lengua que se extienden más allá de la frontera que conocemos como Alentejo. Por todo ello, agradezco a Faustino la confianza de haberme invitado a presentar este libro. Quizás, por ser hijo del Alentejo, reconozco esa luz que no se esconde, una luz que me es familiar. Nada ni nadie puede esconderla —así lo creo—, pero sí está en nosotros la decisión de buscarla. Y es un privilegio que alguien como Faustino Lobato nos sirva de cicerone en ese camino.
Muchas gracias.