Después de daros las gracias por vuestra presencia, lo primero
que quiero decir es que no debería de estar aquí. Sin embargo, me encuentro
orgullosamente ocupando el lugar en el que, por derecho, debería de estar
Antonio Sáez Delgado, el hombre responsable de verter varias obras de José Luís
Peixoto al idioma de Cervantes y que sería la persona más adecuada para
presentar al autor en España.
Agradezco a Antonio la cariñosa confianza de entrenador y
confieso que me encuentro muy a gusto en
este papel de jugador salido del banquillo que, sin tiempo para calentar, lucha
en el césped con una sonrisa en la cara. La ilusión de estar aquí presentando a
este gran escritor es comparable y me recuerda mucho a un antiguo jugador de mi
querido “Sport Lisboa e Benfica”, Pedro Mantorras, que, con sus rodillas a
punto de irse al desguace, entraba en la cancha como un guerrero y la ilusión
de jugar por su equipo era más bonita que cualquier vitrina llena de copas,
botas o balones de oro.
Es verdad, no tengo las articulaciones tan dañadas como
las de Mantorras y llevo dos ladrillos calzados en lo que concierne a temas de
balompié. A pesar del placer que tengo en estar aquí, también es verdad, y debo
de reconocer, que conocí la obra de José Luís, teniendo en cuenta los años que
lleva publicando, relativamente tarde. Mea
culpa.
Conocía su nombre, un par de títulos suyos, incluso había
estado en mi universidad donde dejó a mis compañeras locas con sus palabras
sensiblemente tatuadas en la piel de un escritor con pinta de estrella de rock.
No me acuerdo por qué motivo no estuve presente, pero me alegro de no haber
estado. Hay que dejar que el tiempo se nos revele cuando le apetezca. Incluso
posteriormente, me di cuenta de que
José Luís había escrito un libro para el ayuntamiento de la ciudad donde nací, lo
que me llevó a uno de esos pensamientos que muchos tenemos, algunos
reconocemos, otros no:
¿Pero
qué hace un tío de Galveias escribiendo sobre esta ciudad? Este tío no tiene ni
puñetera idea de lo que es ser y tener que estar en estos pagos.
Me equivocaba. Lo leí, lo tengo y os lo recomiendo. Otra
vez mea culpa. El prejuicio es algo muy enojoso y nos hace personas poco
recomendables.
Años más tarde, casualmente, se me cruzó en una
biblioteca “Te me moriste” (Morreste-me)
y después, junto al Tajo, “Abrazo” (Abraço).
Pensé: “este tío se está acercando demasiado a mi espacio vital” y su presencia
se empezó a notar en las estanterías de las sucesivas casas en las que viví.
Unas navidades, Elsa, mi mujer, me
regaló el “Dentro del Secreto” (Dentro do
segredo), un libro que jamás me hubiera imaginado que llegaría a traducir
un día. Lo terminé y escribí una nota infantil en mi blog: “quiero ser amigo de
este tío”.
Este libro, uno de los menos reconocidos literariamente
de su obra, me llenó y me hizo pensar en una reflexión de Manuel António Pina:
“¿Deben de ser los escritores buenas personas? Hubo una época que creía que un
escritor debe de ser solamente buen escritor, hoy hesito.”.
Poco tiempo después, curiosamente el día en que yo
cumplía 33 años, José Luís me regaló en la prensa, en la revista “Visão” (donde
debería seguir escribiendo), una crónica que lo puso en mi barrio, criado en la
misma calle que yo, pero mayor que yo, de esos que ya salen por la noche y
están iniciados en los placeres de la carne, mientras que el resto de los críos
seguimos sentados en el portal de la casa de los abuelos y nos contentamos con
unas revistas mangadas del cajón de algún padre o encontradas en la perversión del
vertedero. José es de esos tíos enrollados que no desprecia a los críos del
barrio. Le gusta hablar con ellos, no se ríe de ellos. Se ríe con ellos.
Por eso, no tiene sentido que os hable de la obra
vastísima que tiene José Luís. Novela, teatro, crónicas, ensayo o la poesía que
lo ha traído a nuestra Aula Díez-Canedo. Prefiero que se presente él y es lo
que voy a hacer regalándole hoy la traducción de esa crónica regalo del dos de
mayo que, más que una declaración de intenciones como escritor, es una
declaración de intenciones como ser humano.
Lucha de Clases – José Luís Peixoto (Trad. Luis
Leal)
(Texto original publicado
en la revista “Visão” el 2 de mayo del 2013)
La cultura es usada como
símbolo de status por algunos, insignia, gemelos. La rareza es condición
indispensable de ese exhibicionismo. Solo cuando pertenece a pocos se puede
ostentar como diferenciadora. Esa colección de símbolos es descrita con
pronunciación más o menos afectada y tiene el objetivo de definir socialmente a
quien la enumera.
Para esos individuos raros,
la cultura es caracterizada por aquellos que la consumen. Por eso, conviene que
no haya mezclas. Conozco mejor el mundo de la lectura, por eso, lo tomo como
ejemplo: si, al comienzo de la madrugada, una de esas mujeres que se despierta
temprano y limpia oficinas es vista leyendo un determinado libro en los
transportes públicos, es posible que los snobs que asistan a esa escena lo
repudien de inmediato. Empezarán
definiendo esa obra como “lectura de limpiadoras” (probablemente utilizarán un
sinónimo más despectivo para describirlas).
Este ejemplo se aplica en
cualquier otra área cultural que pueda llegar a mucha gente: música, cine,
televisión, etc. Lo que más me sorprende es que estos “argumentos”, esta manera
de hablar y de pensar sea utilizada en medios supuestamente culturales por
individuos supuestamente cultos, y solo en escasas ocasiones se denuncia como
discriminadora desde el punto de vista sexual o social.
Eso son libros de tías,
dicen ellos. A veces, para colmo, hay incluso mujeres que dicen: eso son libros
de tías.
La raíz de mi cultura no
pertenece al elitismo. Estoy orgulloso de mis orígenes, de mi abuelo pastor, de
mi padre carpintero, como otros tienen orgullo de sus largos nombres
compuestos.
Después de un trabajo que
encierre convicciones profundas, que tenga en cuenta los principios de su área
artística, que sea consciente de la historia de esa área y que haga una
propuesta coherente e innovadora, creo en una divulgación lo más amplia
posible.
Esconder una obra en
tiradas de trecientos ejemplares no le añade un gramo de valor artístico.
Cuando esa falta de divulgación resulta de una elección, presupone, casi
siempre, falta de consideración por el público, la creencia de que un público
más amplio sería incapaz de entender tamaña sofisticación.
Creo que la poesía puede
publicarse en cajas de cerillas, escribirse con brocha o spray en las paredes,
imprimirse en camisetas, publicarse en Facebook. En cualquiera de esos lugares
será diferente pero en todos seguirá siendo poesía.
Es ridícula la idea de que
la divulgación desfigura. La banalización es siempre tarea de quien banaliza y
no del objeto banalizado. Quien no sea capaz de convocar sus sentidos y su
razón para apreciar una determinada obra, solamente por creer que se encuentra
muy difundida, tiene problemas graves a nivel de espíritu crítico y de la
exención más básica. Ese es uno de esos casos en que se aconseja un lavado de
ojos. Ahí es donde reside la desfiguración.
Admiro el pueblo al que pertenezco.
No el pueblo mitificado, admiro el pueblo cotidiano. Me gusta ir a mercadillos.
Me gusta comer pollo asado con las manos. Debo tanto a la cultura de este
pueblo como debo a Dostoievski. Hace unos meses, un personaje de una telenovela
citó un poema escrito por mí. Toda la gente de mi calle lo vio y lo escuchó. Mi
madre se sintió orgullosa y yo también.
Me llamo José o, si
preferís, Zé. Desprecio el elitismo. El verbo no es exagerado, se adapta bien a
lo que siento.
Siempre divulgaré mi
trabajo con la máxima dimensión de mis capacidades. Debo ese esfuerzo a la
convicción que tengo en aquello que elegí decir. Me pongo contento si veo mis
libros disponibles en supermercados, en correos, gasolineras o en bibliotecas
públicas.
Aquello que hago no existe
solo, necesita alguien que le dé sentido, su propio sentido e interpretación
personal. Si un árbol se cae solo en el bosque, sin nadie cerca, ¿hará ruido?
Por ese motivo, el esfuerzo de divulgación es también una muestra de respeto
hacia esas personas, es una señal de mi creencia en ellas y en su valor.
Exactamente como estas palabras, que existen porque las estás leyendo.
Escribo novelas, mi fuerza
de voluntad es enorme. Tengo 38 años, cuento con seguir por aquí durante
bastante tiempo. Todavía tengo mucho por hacer. Acostumbraos. No tengo miedo.
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