En los últimos meses, veo,
empíricamente, que el alma de mis pueblos (el portugués, por nacimiento, y el
español, por adopción) es una capa de algo bastante más profundo que se adentra
por la Península, se enraíza en una tierra sin naciones, se sumerge en una
Iberia que está en el ADN de nuestro más antiguo patrimonio.
Esto (¡de qué me doy cuenta camino
de mis 40!) no es nada nuevo, ni creación original mía. Es bastante antiguo y
encuentra su origen en el siglo XIX, en nombres tan interesantes (e ilustres)
como Oliveira Martins, Ángel Ganivet, Miguel de Unamuno o Teixeira de Pascoaes.
Hace años que conozco a Teixeira
de Pascoaes, incluso lo estudié en mi época de universitario. Sin embargo, al
contrario de lo que pasa con otros autores (como Fernando Pessoa o Antonio
Machado, por ejemplo), solo la madurez que me tiñe de canas me ha permitido
conectar verdaderamente con el pensamiento del poeta del Saudosismo portugués.
No penséis que me he vuelto saudosista. Confieso que todavía no
pertenezco al gremio de Pascoaes, pero no dejo de reconocer su manera de
concebir al alma ibérica como una de los más interesantes de toda la historia
del ideario iberista.
Los nacionalismos y los
independentismos están, como hace un siglo, de moda, y os debo decir que el
señor Teixeira de Pascoaes era orgullosamente portugués, autor, incluso, de una
obra llamada El arte de ser portugués,
pero jamás abdicó de una visión plural que está en los cimientos de su
pensamiento peninsular.
Una buena manera de conocer dicha visión es a
través de la lectura de su El Alma
Ibérica. Este texto (del que se dice fue escrito para introducir
metafóricamente la publicación del epistolario con Unamuno) es, en palabras de
Cândido Franco[1], una de aquellas puras ideas que brillan en
lo alto e intangible cielo de Platón, pero una idea corpórea, con hueso, carne,
sangre y músculo, es decir, piedras, tierra, aguas y montes, esa microtierra
que viene desde los Pirineos hasta el Atlántico.
La prosa elegante de Franco, por
otras palabras, nos enseña que el iberismo de Pascoaes se exprime a través de
la síntesis en las almas y espíritus peninsulares, contradictorios, es verdad,
sin embargo, compatibles. El Alma Ibérica, inédito hasta 1971, nos
enseña una Iberia dual, entre el idealismo y el pesimismo, entre la belleza
clásica, instituida por la historia, y una fealdad, asumida como hermosura
incomprendida.
Esta dualidad irrumpe del texto
y cruza Cataluña, País Vasco, Castilla, Galicia y Portugal, llegando, a través
de la geografía peninsular, al más íntimo del alma ibérica, a su manera de
pensar y actuar casi de manera bipolar, pues, si por un lado el espíritu
ibérico impulsa actos de nobleza inmensa, también conoce la furia inquisitorial
de Torquemada y el deleite con la muerte del toro en la arena.
Para mí, lo más interesante de
la visión del maestro de la saudade
es ver cómo su binomio divino/humano se hace en lo femenino y solo,
posteriormente, recurriendo a figuras icónicas como D. Quijote o Sancho Panza,
alcanza el capricho masculino:
Si la pasión divina es Santa Teresa, la
pasión humana es Soror Mariana, Ávila y Beja, Teresa y Mariana – la Santa y la
Soror -, toda Iberia. Hay Santa Teresa en D. Quijote y Sancho en Soror Mariana
-, un Sancho sin Panza, claro que la panza de Sancho existió únicamente como
faceta satírica de la fantasía de Cervantes. (...)
¿Será D. Quijote una caricatura masculina de
Santa Teresa? ¿Y Sancho de Soror Mariana, sin embargo, ambas exageradas hasta
la última de las hipérboles? Y aquí está la razón por que Miguel de Cervantes
es el genio supremo de la Iberia.[2].
El autor de A Saudade e o Saudosismo reconoce la maternidad de su iberismo en
dos madres clausuradas en sus condiciones de sagrado y profano. Por un lado,
Santa Teresa de Ávila, la ascesis del espíritu ibérico, y, por otro, la monja
de Beja, enamorada de un oficial francés, Soror Mariana de Alcoforado, cuya
alma ansiaba el lado más sensitivo de la existencia. Independientemente de tipo
de maternidad, ambas mujeres representan al amor humano.
Esta dualidad se completó con
una cuestión retórica, en la cual Pascoaes encuentra el espíritu cervantino,
elevando al autor de El Quijote a
patriarca del genio supremo, impar en toda la historia ibérica.
Es evidente que el iberismo de
Pascoaes adviene de la paradoja. Su alma ibérica, marcada por la contradicción,
evoca el alma (o genio) peninsular de la História
da Civilização Ibérica de Oliveira Martins, profundizándola en una
concepción de vida que no renuncia al sueño, por tanto, no rechaza el
contrasentido de encontrar un Felipe de
piedra negra (...) en un mendigo castellano o un fantasma del rey Sebastião en un mendigo de Coimbra.
Pero, aprovechemos la siguiente
cita de Teixeira de Pascoaes para ilustrar mejor este ideario tan paradójico
como auténtico:
El alma ibérica es
una Bruja y tiene un pacto con el Demonio; es Santa y abraza el cuerpo de
Jesús. ¿Cómo se van a entender la Santa y la Bruja? Cada ibero es una guerra
civil permanente, un choque de contrastes de raza, en que se destacan el
morisco y el celta, el bosque druídico y el desierto mahometano, todo en un
fondo remoto, palpitante de sombras misteriosas. Por eso el carácter del ibero,
violento y vano, señor de un mundo, que se le escapó de las manos abiertas, y
en la posesión imaginaria de un cielo intangible, en un delirio de grandezas -,
llama solamente humo, o agua solamente espuma...[3].
Si
mi estimado lector ha llegado a estas líneas, quizás ya esté casi de acuerdo
conmigo en que hay que tener canas para conectar con Pascoaes. Leerlo exige
algunos conocimientos previos, bucear en la profundidad de las palabras e,
incluso así, muchas veces no entenderemos lo que el autor nos parece querer
decir.
Muchos
ven en esta dualidad reconocida por Pascoaes algo malo. Hay incluso gente, como
el presidente de Méjico, que recurre a nuestro pasado más tenebroso, pero
lejano, exigiendo disculpas. Está en su derecho, pero yo, siglos después, no se
las pediría.
Personalmente,
me despierta más la atención este presente exigiendo que el yo expulse al otro,
y, en este caso, no me refiero al migrante o al refugiado, me refiero al otro
que existe en cada uno de nosotros mismos.
Byung-Chul
Han[4]
lo manifiesta (mejor que yo seguramente) cuando identifica que la globalización
exige la superación de las diferencias entre las personas, pues cuanto más
idénticas sean, más veloz es la circulación del capital, de las mercancías y de
la información. Dicha tendencia responde a una falsa igualdad para justificar
el consumo (de lo que sea).
Esto
hace que los tiempos en que existía el otro, la dualidad que Pascoaes
identifica, nuestra perfección o imperfección (que, sin juicios de valor, es el
misterio del alma), se sustituya por lo igual.
La proliferación de lo igual (no
confundir, por favor, con igualdad de derechos humanos), presentada como
progreso y crecimiento trae patologías ocultas a nuestra esencia histórica,
acabando, al menor descuido, por matarla.
El
alma ibérica de Teixeira de Pascoaes es única, como la suya, o la mía, estimado
lector. La esencia está en su dualidad. Reconocerlo no nos convierte en malas o
peores personas, cuanto más enseña alguna honestidad y eso, afortunadamente, no
conoce país, lengua, fronteras o ideologías, solo tiene raíces.
Hay quien dice que el alma tiene
21 gramos. Que no nos quitemos ese peso de encima tan pronto, que lo guardemos
nuestro, original y transmisible a quien la quiera conocer.
[1] Cf. António Cândido Franco, “Pascoaes Ibérico”, publicado
en Suroeste, Relaciones literárias y
artísticas entre Portugal e Espanha (1890-1936), editado por Antonio Sáez
Delgado y Luís Manuel Gaspar, SECC-Ministerio de
Cultura/MEIAC/Assírio&Alvim, I, 2010, pp.143-151.
[2] Cf. Teixeira de Pascoaes, A Saudade e o Saudosismo – Dispersos e
Opúsculos (compilação, introdução e notas de Pinharanda Gomes), Lisboa,
Assírio&Alvim, 1988. pp.251-252.
(trad. Luis Leal)
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