La feria de la ladra de Ramón
“Para hablar de
Portugal hay que emplear palabras tenues, suaves, apuntadas sólo”. Por el
origen de mi cuna, mi estimado lector podría sospechar que esta frase había
salido de mi pluma, pero no; ya me gustaría. El autor de este apunte es el
madrileño más portugués que el siglo XX conoció: Ramón Gómez de la Serna.
La verdad es que,
para el gran público, Ramón Gómez de la Serna (Ramón por antonomasia) es
inseparable de las greguerías, esas frases que rozan el aforismo, que son
primas hermanas del haiku, y cuyo carácter fragmentario, chispeante, tanto las
pueden acercar al humorismo como al surrealismo.
En tiempos de instagramers y tuiteros, la brevedad de
estos destellos de genio de Ramón, quizás lo situasen como influencer en la vanguardia de este mundo digital que prolifera por
Internet. Pero su vanguardismo es el del siglo pasado y, junto con Miguel de
Unamuno, Eugenio d’Ors, e incluso Adriano del Valle (el único escritor que
trató con ese desconocido portugués llamado Fernando Pessoa), Ramón es uno de
los autores españoles que más interés manifestó por el país vecino, por donde
viajó en las primeras décadas del siglo XX, llegando incluso a construir “El
Ventanal”, su “hotelito” de ensueño compartido con Carmen de Burgos, en
Estoril.
Desde 1922 a 1925,
Ramón vivió el sueño de “El Ventanal” gracias a una herencia paterna y a la
suerte de que le tocara la lotería, pero el genio literario no gestionaba bien
sus finanzas y la propiedad inmobiliaria ramoniana terminó en otras manos,
transformándose en los años cuarenta en un espacio comercial para productos
agrícolas. Se desconoce si el autor de las greguerías se enteró de este hecho,
sin embargo, no deja de ser irónico que el refugio de creación del artista se convirtiera
en un espacio de semillas y utensilios para cultivar la tierra e imagino cómo
interpretaría Ramón esta casualidad. Con humor seguramente, pero, quizás,
ocultando algo de esa “saudade” que
supo sentir como pocos.
En pleno estallido
de las vanguardias, Ramón era un escritor preocupado por los entresijos de la
realidad cotidiana, sin miedo de adentrarse en lo marginal y en lo excéntrico,
como podemos comprobar por su biografía y su obra. El Rastro (1914), sin duda, es una obra pionera de esa visión que
se convirtió en ismo, el suyo, el
ramonismo.
El Rastro (1914) de Ramón Gómez de la Serna |
La verdad es que el
madrileño me fascina y, hasta hoy, ha sido el único español que conozco que se
puso a divagar sobre los rastros portugueses. Lo hizo en 1915 cuando visitó por
primera vez Portugal, escribiendo sus impresiones en su libro Pombo (1918) y aclarando al lector
español que al rastro portugués “se llama La
feria de la ladra”.
Para gente como
Ramón y yo (que me considero un arqueólogo de cosas inútiles), la filosofía de estas ferias es mucho más que la economía circular tan de
moda para el capitalismo ecológico. Es contemplación. Es mi decadentismo en
objetos tendidos por el suelo que ya no saben si son obras maestras o baratijas
de mala calidad.
Ramón Gómez de la Serna |
Gómez de la Serna
decía que “no hay nada que aventaje al Rastro” pero la “feria de Ladra”, de
Lisboa, “está muy bien”. Confieso que conozco los rastros de ambas capitales y
no estoy tan convencido como Ramón. Portugal, quizás por su pequeñez, por su
historial de escasez, siempre cuidó mejor sus objetos y, en la actualidad, lo
convierte en un país con un mercado de antigüedades de mejor calidad que
España. No soy yo quien lo dice, son varios expertos españoles en un programa
de la Cadena Ser, pero no puedo dejar de pensar que el hecho de que el país vecino
no hubiese sido escenario de una guerra civil también ayudase a la preservación
patrimonial de todo tipo.
Alguien me dijo,
hace un par de semanas, que en Lisboa quieren cambiar de sitio la “Feira da
Ladra”. El turismo de masas tiene de estas cosas: reubica la historia. No sé si
es verdad, sin embargo, no imagino la capital sin su feria de los martes y
sábados en el Campo de Santa Clara, donde podemos encontrar el ocaso de los
objetos en toda la clase de vendedores que Ramón tan bien identificó en el
principio del siglo pasado, como “el burócrata venido a menos”, “el militar
retirado”, “los mestizos de alma ruin”, a los que añado el ladrón de poca
monta, la jubilada que no llega a fin de mes, el estudiante ecologista, el
drogata con la manía que es fadista o la pija de Cascais que vende
falsificaciones.
"Feira da Ladra" (autor desconhecido) |
Quizás el escenario
no sea el mejor para el visitante en busca de franquicias o de unos paisajes
humanos asépticos. Yo veo armonía, pero Ramón veía el verdadero conocimiento de
la ciudad:
“El
conocimiento de Lisboa se posa y se hace más serio viendo su feria de Ladra,
sus relojes con una confidencia más reveladora de la historia que la que halla
en las páginas de los libros de historia, con su «expresión de otro tiempo
diferente, de otra calidad, de otra nacionalidad, de otras minucias.»”.
Si hablamos de
minucias, de nuevo, el autor de El Rastro,
nos revela que “feria de Ladra, «la feria de la ladrona», que es lo que quiere
decir”, está hecha de pequeños robos, “mezquinos y pobres”, justo al lado del
Panteón Nacional portugués, “coincidencia que hace que se tenga en la feria de
Ladra una asociación de ideas muy particular”.
Hay
“Feiras da Ladra” por todo Portugal. Hoy eufemísticamente apodadas como “Feiras
de Antiguidades e Velharias”, como la de Estremoz, todos los sábados, que ya es,
por excelencia, una feria rayana, tan alentejana como extremeña. La
feria de Estremoz tiene alma y merece una visita al menos, pero no tiene esta particularidad
tan portuguesa que Ramón sintió en Lisboa.
"Panteão Nacional e Feira da Ladra" (autor desconhecido) |
“La Feria de Ladra”
de Ramón compartía espacio con un panteón exclusivo de reyes por aquel entonces
(a pesar de que Portugal viviese sus primeros años de República) y como su “El
Ventanal” convertido en casa agrícola, seguro que tendría nuevas asociaciones,
nuevas greguerías, si imaginase su rastro lisboeta solemnemente tendido al lado
de los restos mortales de escritores y poetas, como Almeida Garret, Guerra
Junqueiro o Sophia de Mello Breyner, políticos como el primer presidente Manuel
de Arriaga o el protofascista Sidónio Pais, o, incluso, fadistas como Amália y
balones de oro como Eusébio.
Yo solo pienso que,
si hay que cambiar de sitio la feria de Ladra, que sea para dentro del Panteón
Nacional de Portugal. Allí, en el mismo lugar, tendríamos el pasado de un país
tendido y un futuro que cualquiera puede regatear.
Fuentes consultadas:
Ramón GÓMEZ DE LA
SERNA, Pombo, Madrid, Imprenta Mesón
de Paños, 1918.
Ramón GÓMEZ DE LA
SERNA, Automoribundia, vol. II,
Madrid, Guadarrama, 1974, 444.
Ramón GÓMEZ DE LA
SERNA, El Rastro, Madrid, Galaxia
Gutemberg, 2001.
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