Hace años, cuando llegué a este país que hoy pienso y siento como mío, Cataluña no era un problema. Donde hay dinero no hay problemas. Sin embargo, después de un 2008 de la peor crisis económica mundial, casos de corrupción bien conocidos, España fue golpeada por el independentismo que llevó a la polarización de la sociedad catalana y a unos cuantos activistas políticos a la cárcel (excepto un político cobarde, con un peinado raro, que se "autoexilió" en Bruselas) debido a un referéndum quizás más ridículo que ilegal.
Meter a esa gente en la cárcel derramó ríos de tinta bastante obscura y no ayudó a la democracia española que, por estos días, está indultando a los que, legal o ilegalmente, dieron la cara por su activismo político. Sin embargo, la polarización sigue. La gente prefiere trincheras a compasión, prefiere dogmas a argumentos razonables, prefiere la confrontación entre una España maternalista, terca y testaruda, y una Cataluña que no sabe lo que quiere ser, al que el papel de víctima le viene bien para sus intereses más adolescentes que responsables.
No sé se indultar o conceder amnistías es la solución, pero dialogar es siempre más fácil al aire libre y no en un ambiente carcelario. De eso estoy seguro y de que si volviésemos a los tiempos de las vacas gordas, todos pastaríamos más en harmonía de norte a sur de la península.
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