“Habitar” crónica
de Luis Leal (in "Rayanos Magazine")
Nuestro Capitán
La madrugada recordaba abril, pero era el primer
día de julio de 1944, cuando el pueblo rayano de Castelo de Vide vio nacer a
nuestro Capitán. Hijo de un trabajador del ferrocarril, desde siempre supo que
la vida dura y difícil recorría, como los trenes, Portugal de norte a sur.
Conoció la tristeza demasiado pronto y, a
pesar de sus ojos limpios y claros, jamás fue capaz de ocultarla totalmente de
la mirada. Quizás habrá sido el destino el que lo llevó a Lisboa para los dos
momentos fundamentales de su vida, de los cuales el primero fue la muerte de su
madre, atropellada por un autobús. Desde ese momento, no quiso volver a la
capital. El sueño de cualquier niño, de cuatro años, de visitar el Jardín Zoológico
se convirtió en un recuerdo de lágrimas.
Creció fuerte y sin que le gustase el fútbol.
Le gustaba leer y hablar de las cosas de la historia y de la guerra, que, en un
futuro cercano, ya como militar, conocería de primera mano. Al contrario de los
otros niños, él, en una edad tan temprana, ya sabía lo que quería ser de mayor
y eso se le veía en la manera como usaba el pelo bastante corto. De espíritu
noble, odiaba a los matones y, con la medalla de oro del retrato de su madre,
que jamás se quitó del pecho, desarrolló un valor admirado por los demás chicos,
que lo llevó a ser un hombre de ideas firmes y claras.
Por creer en la justicia y en una idea de patria,
que había aprendido ya en la primaria, ingresó en la academia militar. Nunca
olvidó su origen, el ferrocarril de su padre y la serranía de su tierra.
Portugal estaba en guerra entonces. Luchaba por mantener las riquezas de sus
colonias, pero en la metrópoli había pobreza disfrazada de escasez honrada.
Nuestro Capitán aprendió a hacer la guerra,
pero su corazón solo quería la paz. De la guerra supo todo, o casi todo. Seguro
que en otros tiempos hubiera sido caballero, con su corcel. Pero la caballería
moderna no usa caballos de carne y hueso, usa caballos de metal, enormes
tanques que escupen fuego, arrasan murallas y castillos.
Se fue a África a defender los intereses de
su país en la que se llamó Guerra Colonial Portuguesa. Primero en Mozambique y
después en Guinea-Bissau. Cumplió con su deber, pero su conciencia le
recriminaba, le incitaba a incumplir sus órdenes. No encontraba derecho a
luchar en esa guerra, donde el hecho de que sus camaradas matasen o muriesen no
les importaba a los políticos y generales que vivían en una opulencia nada
honrada si se la comparaba con la carestía del resto del país.
El militar, que en otro tiempo creyó en la
grandeza histórica de su país, volvió a casa seguro de dos cosas: que lo
mandarían otra vez a matar en esa guerra sin sentido y que hay momentos en que
la única solución es desobedecer.
Encuentra el amor en los brazos de Natércia y
se va a Santarém, a la Escuela Práctica de Caballería, donde instruye a sus
hombres con el rigor de carácter que heredó de su padre. Un hijo del
ferrocarril sabe que no se puede llegar con retraso cuando llama el deber y
nuestro Capitán supo que su destino lo llevaría, otra vez a Lisboa, a enfrentarse
con su pasado y a luchar por la alegría de sus ojos y de su país.
En el patio del cuartel, reunió a sus
soldados, futura carne de cañón que conocería el horror de África si él, y
otros capitanes como él, no les hubieran hablado con la verdad que debe de
regir el buen militar, ese que sabe que las ideas más nobles siempre han sido
protegidas por los guerreros.
Con su uniforme de maniobras, y el pañuelo de
su amor en el bolsillo, nuestro Capitán se dirige a sus soldados con la
seguridad del líder que prescinde del protagonismo por el bien común.
Señores, como
todos saben, hay diversas modalidades de Estado. Los sociales, los corporativos
y el Estado a que hemos llegado. Por eso, en esta noche solemne ¡vamos a acabar
con el Estado a que hemos llegado! De manera que, quien quiera venir conmigo,
nos vamos a Lisboa y acabamos con esto. Quien sea voluntario, sale y forma.
Quien no quiera salir, se queda aquí.
Y una multitud de jóvenes, hijos del pueblo
humilde y trabajador, para quienes la vida castrense era bastante más suave que
la hambruna del campo o la forja de la fábrica, formó una columna militar en
dirección a la capital de un país que, hacía años, no escuchaba la voz de la
inmensa mayoría de sus hijos. Solo los detuvo un semáforo en rojo, la señal de que
la seguridad de la vida humana es fundamental para que exista libertad.
Nuestro Capitán fue entrenado para obedecer,
para ser leal y disciplinado, pero en esa madrugada, del día 25 de abril de
1974, su compromiso fue con el cambio, con el respeto a la vida de sus padres,
el futuro de su esposa e hijos en un Portugal libre para ser y soñar.
La acción militar, iniciada, en la Rádio Renascença, con la canción de José
Afonso, Grândola Vila-Morena / Terra da
fraternidade / O povo é quem mais ordena / Dentro de ti ó cidade, se
decidió en el Terreiro do Paço, donde estaban las fuerzas fieles al régimen, y
en el Largo do Carmo, donde se encontraba refugiado el presidente del gobierno,
Marcello Caetano. En ambas situaciones nuestro Capitán fue firme y cauto.
Conocía demasiado bien la guerra y quería evitar, a toda costa, la
confrontación militar. Por saber cómo pensaban y actuaban sus pares, se llevó
una granada oculta en el bolsillo. Si hiciera falta, tendría la sangre fría
para entregar su vida para que no hubiera más guerra y el futuro lo conociera
como mártir de la revolución.
Pero la primavera ya había llegado al mes de
abril más precioso de la historia de la humanidad. Lisboa, y simultáneamente
todo el país, quiso apoyar la iniciativa de esos militares, soldados, cabos,
sargentos, tenientes, que se enfrentaron al poder, plantando cara a la
dictadura, diciendo: Somos todos nosotros.
Todos somos capitanes.
Portugal floreció con los colores de los claveles
y el capitán no lloró de tristeza como cuando era un niño de cuatro años. Se
mordió el labio, casi sintiendo el sabor de su propia sangre, y su mirada clara,
ligeramente húmeda, vio como la calle gritaba la libertad durante más de
cuarenta años silenciada.
Cumplió con la obligación de escoltar a
Marcello Caetano al aeropuerto, al interior de un avión que llevaría al antiguo
presidente del gobierno al exilio. Este se despidió de nuestro Capitán dándole
las gracias por la dignidad y respeto con que el militar le había tratado
durante el golpe de estado.
Mientras Portugal abría las prisiones
políticas y se abría al mundo en libertad, nuestro Capitán solo quería volver a
casa, junto a su esposa y a su tierra, a la raya,
donde su padre estaba preocupado por no tener noticias suyas. Volvió.
Por su voluntad, no quiso distinciones ni
cargos en ese nuevo Portugal. Tampoco eran necesarios festejos ni ovaciones. Su
conciencia había vuelto a encontrar la paz y eso para él no era sinónimo de
heroicidad, era su deber.
Abril siguió celebrándose y nuestro Capitán
siguió luchando como todos los que fueron protagonistas anónimos de la
Revolución de los Claveles. Actos de valor como el suyo jamás son perdonados
por los mediocres, esa es la realidad de la historia. Su mirada dejó la
tristeza del niño que había perdido a su madre o la emoción del militar que
daría su vida por lo que creía ser lo correcto. Su mirada no solamente se
convirtió en símbolo de pureza de un ideal, sino también de toda la historia de
Portugal.
Ni los poetas son fieles a la palabra como él
lo fue a su conducta. Nos trajo Abril y abril se lo llevó. Fue el 3 de abril de
1992 cuando regresó a la tierra donde nació, Castelo de Vide. Allí su pueblo se
despidió de Fernando y le honró el deseo de ser sepultado en tumba llana y al
son de Grândola Vila Morena. No solo
para nosotros, rayanos, es el conquistador
del sueño inconquistado. Nuestro Capitán Salgueiro Maia, un héroe que no quiso integrarse, es como la raya que lo vio nacer, incómodo para
todo tipo de poder, invisible incluso, pero patrimonio de la libertad… de la
humanidad.
Fuentes:
MAIA, Salgueiro, Capitão de Abril, Histórias da Guerra do
Ultramar e do 25 de Abril, Editorial Notícias, Lisboa, 1994.
DUARTE, António de Sousa, Salgueiro Maia, Um Homem da Liberdade, Âncora
Editora, Lisboa, 1999.
LETRIA, José Jorge, Salgueiro Maia, O Homem do Tanque da
Liberdade, Terramar, Lisboa, 2004.
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