Debo deciros que conocí a
Elías Moro de dos maneras. Una de ellas, muy de moda en los últimos años, fue a
través de las redes sociales, donde nuestro autor se mueve, con la elegancia
del bailarín de tango, entre el lirismo y el humor. Podría decir que Elías es
un ejemplo de la herencia de mi estimado Ramón Gómez de la Serna, siendo sus morerías un homenaje consciente a la
aritmética ramoniana de humorismo más metáfora igual a greguería. Sin embargo,
encuentro en Elías un compromiso con el mundo que lo rodea bastante más
evidente que en la obra de nuestro maestro Ramón, lo que me lleva a la otra
forma, analógica, como conocí a Elías a través de un amigo común. “Luis, tienes
que conocer a Elías Moro, es un tío encantador, es enorme como persona como lo
es en altura”, me decía Juan Ramón Santos.
Naturalmente, pero con la ayuda
de los medios tecnológicos de la modernidad, quizás un nuevo espacio de
tertulia que en un futuro cercano se estudiará como los antiguos cafés, como,
por ejemplo, y otra vez homenajeando a Ramón, el café Pombo o, en el caso del
modernismo portugués, la Brasileira,
nos pusimos en contacto y nos conocimos en persona.
En fin, aquí estamos y
reitero el placer, y el privilegio, de poder aprender de gente como D. Elías
Moro, pero eso son cuentas de otro rosario. Vamos a lo que vamos y hay que
presentar este pequeño gran libro llamado De
nómadas y guerreros, elegantemente editado por Le Tour 1987.
Hablando con Elías, él me
comentó que la génesis de este poemario lo remite para sus primeros pasos en el
mundo de la literatura y que ahí está la gratitud hacia Aníbal Núñez a quien
nuestro poeta considera culpable de estos versos.
Cuando terminé la lectura de
este De nómadas y guerreros, apunté,
a lápiz, la siguiente frase: el hogar del
nómada es el movimiento, como el del guerrero es la fragilidad de la paz.
Ese era mi resumen mental, una especie de síntesis entre mi fascinación por los
moleskines viajeros de Bruce Chatwin
y la espada de Miyamoto Musashi. En este poemario de Elías Moro tenemos el
movimiento humano, como en el estribillo de una canción homónima de Jorge
Drexler que dice: Somos una especie en
viaje/No tenemos pertenencias, sino equipaje/Vamos con el polen en el viento Estamos
vivos porque estamos en movimiento//Nunca estamos quietos/Somos trashumantes,
somos/Padres hijos nietos y biznietos de inmigrantes/Es más mío lo que sueño
que lo que toco//Yo no soy de aquí, pero tú tampoco (…)/De ningún lado, de todo
y, de todos/Lados un poco
Pero incluso el movimiento,
el legado de pasado, para que sea patrimonio de futuro, necesita guardianes. No
sé si Elías lo hace conscientemente, pero el pulso firme del poeta acepta la condición del Masai, del Samurai,
del Tártaro, del Nuba, de que, como dijo Tom Clancy, las ideas más nobles siempre han sido protegidas por los guerreros.
Hay algo de condenado en
ambas condiciones por el simple hecho de que siempre estamos ante ti, siempre estamos sobre ti… Cielo y Tierra.
Personalmente, y no soy
ejemplo para nadie, creo que los dos guerreros más poderosos, y poetas también,
son la paciencia y el tiempo. No estoy seguro, pero creo que Tolstoy escribió
algo semejante en su Guerra y Paz. Fue
necesario paciencia y tiempo para que Elías decidiera compartir con nosotros
este peculiar viaje entre pastores y sicarios, nada que ver con su poema Roles del Cobarde, sin duda, uno de mis
favoritos.
Por más que algunos busquen
el corazón de lo poético, para mi
este no es el camino de la poesía, ni la manera como creo que también se puede
expresar. En poesía, la pureza también puede sucumbir a manos de un asesino a sueldo del mejor postor, se
transfigura en contradicciones, veneración y blasfemia, ascetismo y
sensualidad, agitación y quietud, beligerancia y pacifismo. Elías no busca el corazón de lo poético, conoce muy bien
la longeva historia de la poesía y sabe muy bien que no hay concepción del
poema, como del nómada o del guerrero, que resulte definitiva. En nuestros
paisajes el Museo de Cera es uno más,
como nuestro poeta nos recuerda, donde el tú y el yo se encuentran con esta distancia tenaz por el medio.
Este poemario no me hizo
sonreír como es habitual en las palabras de Elías Moro. Estamos ante una poesía
consciente de que pasamos por la vida con
la muerte entre manos. Por eso hoy le recuerdo, si él no lo sabía, que cualquier gran guerrero es también un
erudito, un poeta y un artista. Esto me lo dijo un americano residente en
la Rusia de Putin, quizás un nómada fiscal de un glorioso pasado serie B, que
mantiene su estilo personal y coleta. Ese peculiar personaje, encarnación de un
lama tibetano predicador de la no violencia repartiendo mamporros en la gran
pantalla, llamado Steven Seagal. Qué sepas amigo Elías, lo llamé, pero me dijo
que estaba ocupado poniendo verdes a sus compañeros de profesión.
Bromas a partes, debo de
confesar que es un aforismo de Elías, una de sus piedras preciosas, como decía
Hermann Hesse, de esas que adquiere más
valor por su rareza y sólo causa placer en pequeñas dosis, que adopté como uno
de mis mantras en lo que concierne a mi relación con la poesía y, creo que, con
el arte en general: El poeta que se dice
a sí mismo que lo es, incurre en abominable arrogancia.
Gracias Elías, parece que palabras como honor y
aprecio empiezan a tener un uso residual en nuestra sociedad, pero, una vez
más, me gustaría que supieras que es un honor estar a tu lado, al lado de un gran
hombre que también es un gran poeta.
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