Me arriesgo a decir que ningún poeta portugués posterior a la generación de
Orpheu, directa o indirectamente,
escapa a la influencia del genio de Fernando Pessoa. Lo mismo pasa con
cualquier hijo auténtico de la libertad del 25 de abril, del sueño en forma de
clavel, que tampoco puede omitir dos nombres en su “intertexto” vivencial. El
primero, del cual dentro de dos días se cumplirán 30 años de su muerte, es el gran y añorado José Afonso. Sin
embargo, el segundo afortunadamente sigue activo, creando en plenitud, y se me ha
permitido tener el privilegio de estar hoy aquí sentado su lado.
Este hombre, del cual espero decir con aún más orgullo, que este día 21 de
febrero del 2017, en esta “Aula Díez-Canedo de Badajoz”, tuve el honor de haber
presentado al futuro nuevo “Prémio Camões”.
No es que esto a Sérgio Godinho le importe, es pura divagación mía, pero
también un sentir colectivo que desea ver su obra, con más de cuarenta años,
reconocida con el más importante galardón de la lengua portuguesa.
Este deseo compartido aquí públicamente con vosotros, es como el “rayo X”
de un recorrido biográfico riquísimo. Entre nosotros tenemos a un poeta, un
cantante (o «cantautor», ese término español hace mucho exportado al idioma
luso), un compositor, un guionista, un actor, un ilustrador, un ser humano polifacético
y comprometido con el arte, ese arte en el cual creo y me identifico y cuyo
orden no tiene que estar precedido por numerales ordinales.
Para una persona como yo, creyente en que, como en la vida, no hay una
única opinión en arte, y que es selectivo con su tiempo vital, Sérgio Godinho
es un poeta, un narrador de vidas que me llevó a conocer, entre muchas otras
cosas, la dignidad de muchos niños a los que, entre fuegos de artificio, se les
amputaba la infancia. Me hizo además discípulo de viejos samuráis, me puso a
caminar con Rimbaud en desiertos de amor y me acercó, con su mano incapaz de
levantarse en actitud beligerante, a la historia verdadera de la guerra que fue
la de mi padre y la de toda una generación, llena de defectos de fábrica, pero
que me educó lo mejor que pudo.
Cuando nací, ya la carrera de Sérgio no se podía acotar ni en redundantes
cantos de intervención, ni en poesía, cine o narrativa. Es imposible acotar un
artista comprometido con el arte, alguien como Sérgio Godinho. Independiente y solidario, Sérgio acompañó la
generación que soñaba con la libertad, que escuchaba más allá de la frontera
los ecos del mayo del 68, acompañó las voces ilusionadas con la democracia, el “boom”
de una Europa de ilusa prosperidad y los últimos años de precariedad y de
Alzheimer en lo que concierne a derechos humanos y dignidad.
Las consignas de hoy son más bien muros y vallas. Sin embargo, Sérgio me
enseñó de niño a saber abrazar. Recuerdo la suma de brazos de la “canción de
los abrazos” del disco y serie infantil “Los amigos de Gaspar”. Hoy enseño yo a
mis hijos que “es tan bueno tener una amistad, hace muy bien saber con quién
contar” y espero que un día entiendan con un “brillito en los ojos” los versos:
“Hoy hice un amigo y cosa más preciosa en el mundo no hay”.
Pero si hay algo que me fascina en este hombre es la generosidad de su
obra. Una generosidad hecha afecto, capaz de unir su canto a nombres como José
Mário Branco, Fausto Bordalo Dias o a otro pájaro cuya lírica llevo dentro,
Jorge Palma.
Esa generosidad, evidente por su parte en hacer caso a un tío como yo, importunándole
para traerlo a Badajoz mientras le otorgaban un premio de carrera, lo lleva a
colaborar con las nuevas generaciones de artistas como Helder Gonçalves, David
Fonseca, Filipe Raposo, Nuno Rafael, Manuela Azevedo o Nuno Markl.
Otro ejemplo de lo que os comento es, al igual que la buena tradición de la
música popular brasileña, Sérgio reconoce el mérito de la obra de los demás y
la influencia que tuvieron en su propia obra. Os remito para el aprecio
evidente en el disco “Estimadas Canciones” en que nuestro “escritor de canciones”
canta a los suyos, a Caetano Veloso, a Violeta Parra, a Chico Buarque, a Zeca
Afonso, pero también al rey Elvis, al “rey lagarto” Jim Morrison, a Jacques
Brel, a The Kinks o a los cuatro fantásticos de Liverpool.
Pero, amigos míos, el colmo de su generosidad, está en el “elixir de la
eterna juventud” que tiene y no le importa compartir
con los demás. ¡Su panacea es gratis y está disponible desde hace más de
cuarenta años!
Hoy es martes. Para muchos es el primer día del resto de sus vidas, pero
para mí es un domingo cualquiera en el mundo en cual el canto de un gran poeta
desorganiza la escasa biblioteca de un Luis adolescente. Una desorganización
tan grande que le descubre que la vida está hecha de pequeñas nadas, que así es
la vida. ¿Qué hay entonces qué hacer? Vivir.
Muchas gracias Sérgio. Muchas gracias a todos los presentes.
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