Él iba delante. Me enseñaba el camino de vuelta a casa. «¡Vamos papi!», mientras me paraba para tomar el sol, me sentaba en una mezcla de urbanismo muerto y tomado por el mundo natural. No salimos para lejos, pero salimos y pudimos corregir esa laguna de naturaleza que la semana de ciudad nos obliga.
Dejamos el aire libre con la puesta del sol, pero en casa nos esperaba otros astros igual de calurosos. Su hermano y su madre, obligados al domicilio de domingo gracias a una gastroenteritis. Le dimos un poco de nuestro aire a través de nuestras sonrisas de complicidad.
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