Buenos días, me gustaría empezar este acto
dando las gracias a todos los asistentes, a la biblioteca pública de Badajoz,
por su apoyo y disponibilidad en acogernos, y a Elsa Lopes, que es la persona
que dio la cara por el proyecto “Oficina da Língua Portuguesa” y una pequeña
colección que, esperamos muy pronto que tenga nombre propio como un proyecto
editorial afín pero independiente.
Esta semana, mientras preparaba esta
presentación, me di cuenta de algo que hace mucho sentía, pero nunca había
verbalizado. Mi iberismo. Es decir, una
idea de harmonía de todas las culturas y lenguas de la península, algo muy
parecido a lo que escribió Torga en su diario, “todas hermanas y todas
independientes”.
Sin desfigurar el concepto de patria con
ideologías políticas, comparto con Torga la patria de la lengua portuguesa, con
Unamuno la patria de adopción y me gusta poder sentir en el corazón la patria
de Emilia Pardo Bazán.
Pero no son estos autores que me hacen estar
aquí delante de vosotros. Son dos obras hermanas, de ámbitos distintos,
redactadas en español y en gallego, de dos interesantísimos autores.
Os hablo de José Antonio Santiago y de José
Luis Calvo.
No me gusta hablar sobre el currículo del
artista, casi siempre el currículo habla por sí mismo y, muchas veces no habla
para nada, es mudo porque el currículo no es arte, por eso, os dejo el mérito
académico para la curiosidad de la solapa. En este ámbito, solo os digo que
merece la pena echar un vistazo.
Pero, si me permitís, ya que tengo que
empezar por algún sitio, me gustaría empezar por José Antonio.
Es difícil hablar sobre José Antonio con
total objetividad, si es que eso existe o si debe de existir en este caso.
Habitar es un verbo común a los dos. Existe en nuestras dos lenguas maternas y sabemos
que ambos habitamos uno en el otro. Sin embargo, intentaré alejarme de este
verbo y centrarme en este volumen que aquí compartimos con vosotros.
Recuerdo que, cuando José Antonio me regaló
este “Habitar”, me dijo: «creo que te va a gustar más el segundo texto “Casar
la Casa” que el primero “Poetizar o la necesaria superstición del lenguaje”».
Sé porque me lo comentó, conoce tan bien mi lado diáfano, físico, incluso el
escatológico, pero se equivocó.
Ambos textos me llegaron con el efecto
pretendido de un excelente ensayo, riguroso en investigación y argumentación,
sin embargo, el que me trajo más reflexiones fue el primero, esa mirada sobre
el acto de poetizar. Me atrevo a decir que, esta primera parte, celebra la
poesía como un territorio más en un mundo tan amplio e imposible de acotar. En
esta contradicción de “territorializar” y acotar algo intangible como la
poesía, encontré una posible morada de la poesía y una justificación para mí
mismo, que me considero un ser humano sensible a este territorio artístico.
¿Dónde habita entonces la poesía? José
Antonio Santiago disecciona el verbo para llegar, desde mi punto de vista, a la
necesidad del hombre en seguir habitando en su humanidad, preservando, o como
nos dice el autor: “Preservar. Una labor humilde, precaria y contingente, tan
natural en sus diversos estratos, así en el animal como el hombre, que se lleva
a cabo en este último activamente – y en la medida de lo posible – a partir de
materiales, que también, y sobre todo son en gran medida, simbólicos,
artísticos.”.
Desde la reflexión más filosófica de la
primera parte, llegamos a otro territorio, este más tangible, marcado
biológicamente y biográficamente por la señalización espacial y temporal. La
casa y quizás como ella nos define en tantas condiciones y es transversal a las
diversas culturas y tradiciones erigidas por el ser humano.
En el modo de habitar, en las divisiones de
la casa, José Antonio nos remite para lo primario de la vida. Los cuatro
elementos: fuego, tierra, agua y aire, elementos sin los cuales el verbo,
quizás, no pudiera existir.
La casa es el elemento aquí diseccionado. La
cocina, sin glamor, realista y sin deconstrucción, la sala, con una
reminiscencia del portugués, “de estar”, el cuarto de baño, donde todos
efectivamente somos reyes sin corona en un trono de igualdad, y, de la
verticalidad del ser humano, llegamos a la horizontalidad de la habitación la
suma de tantas necesidades, placeres y lecho. Lecho diario, vital, de sueños,
sexual y de muerte. La división donde suele cohabitar el inicio y el fin.
Pero el final de este libro se acerca a otro
tipo de habitar, al que yo hablaba al principio, el del habitar en el otro.
Este volumen termina con el discreto, como José Antonio, capítulo “Prójimos”.
Aquí el ensayista, el filósofo, libera el poeta que, como dice Elías Moro, no
asume en voz alta para no incurrir en abominable arrogancia.
Pero lo digo yo. “Habitar” es un pequeño
volumen que merece la pena leer y subrayar, sin ningún tipo de miedo de hacer
daño al libro, todo lo contrario. Este es un libro donde se puede meter gente
dentro.
Ahora, si me permitís, me gustaría de cambiar
de idioma y, como dice un amigo mío, de voz.
A literatura da Galiza chegou-me
tarde e não me considero conhecedor da sua literatura, com exceção da raiz,
desse berço que partilha com a minha língua materna, essa à qual, como dizia o
Manuel António Pina, sempre regresso.
Porém, recordo que foi com a
lírica galaico-portuguesa que me senti, em plena adolescência, identificado com
um trovar tão diferente do dos provençais, a quem se acusava de apenas trovarem
no tempo da flor. A partir daí a Galiza ficou-me em caminhos, devoções e em
convicções, como a que tenho de que não deve fazer parte do espaço da
lusofonia. O galego é irmão gémeo do português, nasceram do ventre da mesma
mãe, partilharam placenta, mas cada qual tornou-se língua no seu próprio saco
amniótico.
No nascimento destas duas línguas
“há uma profunda incerteza do que pôde ser e não foi”, algo inerente a este
livro de José Luis Calvo, “Égloga Perdida” que aqui tenho o prazer de vos
apresentar.
Mas no desenvolvimento destas
duas línguas não encontramos a aura de derrota, a névoa que encontramos neste
conjunto de poemas. Numa língua tão impregnada de mar como o galego, estes
“prosopoemas” de Calvo ardem febris sem o efeito anti-inflamatório do
Atlântico, num sintoma pretérito, numa ausência, numa perda por um bosque
nostálgico e abandonado. Neste bosque onde ecoa a palavra, essa mesma que, de
acordo com o sujeito poético, sempre “semeia o desterro”.
Contudo, no final desta “Égloga
Perdida”, a semente da ausência, a cicatriz da “breve ferida”, converte-se em
abertura, um descerramento tal qual como a do fruto da castanha, que se
desprende, pouco a pouco, do seu espinhoso ouriço.
Infelizmente, as ausências deste
livro configuram-se aqui, entre nós, uma vez que o autor, por motivos pessoais,
não pôde estar presente. No entanto, esta contrariedade não me impede de
afirmar que este trabalho poético nada tem a ver com este belo verso de José
Luis Calvo: “fráxiles como eramos confundíamonos coas
follas”.
Moitas grazas.
Muchas gracias.
Muito obrigado.
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