sábado, março 18, 2017

Texto de presentación de “Habitar” de José Antonio Santiago y “Égloga Perdida” de José Luis Calvo (Biblioteca Pública Bartolomé J. Gallardo de Badajoz, 18/III/2017)



Buenos días, me gustaría empezar este acto dando las gracias a todos los asistentes, a la biblioteca pública de Badajoz, por su apoyo y disponibilidad en acogernos, y a Elsa Lopes, que es la persona que dio la cara por el proyecto “Oficina da Língua Portuguesa” y una pequeña colección que, esperamos muy pronto que tenga nombre propio como un proyecto editorial afín pero independiente.

Esta semana, mientras preparaba esta presentación, me di cuenta de algo que hace mucho sentía, pero nunca había verbalizado. Mi iberismo.  Es decir, una idea de harmonía de todas las culturas y lenguas de la península, algo muy parecido a lo que escribió Torga en su diario, “todas hermanas y todas independientes”.

Sin desfigurar el concepto de patria con ideologías políticas, comparto con Torga la patria de la lengua portuguesa, con Unamuno la patria de adopción y me gusta poder sentir en el corazón la patria de Emilia Pardo Bazán.

Pero no son estos autores que me hacen estar aquí delante de vosotros. Son dos obras hermanas, de ámbitos distintos, redactadas en español y en gallego, de dos interesantísimos autores.
Os hablo de José Antonio Santiago y de José Luis Calvo.

No me gusta hablar sobre el currículo del artista, casi siempre el currículo habla por sí mismo y, muchas veces no habla para nada, es mudo porque el currículo no es arte, por eso, os dejo el mérito académico para la curiosidad de la solapa. En este ámbito, solo os digo que merece la pena echar un vistazo.

Pero, si me permitís, ya que tengo que empezar por algún sitio, me gustaría empezar por José Antonio.

Es difícil hablar sobre José Antonio con total objetividad, si es que eso existe o si debe de existir en este caso. Habitar es un verbo común a los dos. Existe en nuestras dos lenguas maternas y sabemos que ambos habitamos uno en el otro. Sin embargo, intentaré alejarme de este verbo y centrarme en este volumen que aquí compartimos con vosotros.

Recuerdo que, cuando José Antonio me regaló este “Habitar”, me dijo: «creo que te va a gustar más el segundo texto “Casar la Casa” que el primero “Poetizar o la necesaria superstición del lenguaje”». Sé porque me lo comentó, conoce tan bien mi lado diáfano, físico, incluso el escatológico, pero se equivocó.

Ambos textos me llegaron con el efecto pretendido de un excelente ensayo, riguroso en investigación y argumentación, sin embargo, el que me trajo más reflexiones fue el primero, esa mirada sobre el acto de poetizar. Me atrevo a decir que, esta primera parte, celebra la poesía como un territorio más en un mundo tan amplio e imposible de acotar. En esta contradicción de “territorializar” y acotar algo intangible como la poesía, encontré una posible morada de la poesía y una justificación para mí mismo, que me considero un ser humano sensible a este territorio artístico.

¿Dónde habita entonces la poesía? José Antonio Santiago disecciona el verbo para llegar, desde mi punto de vista, a la necesidad del hombre en seguir habitando en su humanidad, preservando, o como nos dice el autor: “Preservar. Una labor humilde, precaria y contingente, tan natural en sus diversos estratos, así en el animal como el hombre, que se lleva a cabo en este último activamente – y en la medida de lo posible – a partir de materiales, que también, y sobre todo son en gran medida, simbólicos, artísticos.”.

Desde la reflexión más filosófica de la primera parte, llegamos a otro territorio, este más tangible, marcado biológicamente y biográficamente por la señalización espacial y temporal. La casa y quizás como ella nos define en tantas condiciones y es transversal a las diversas culturas y tradiciones erigidas por el ser humano.

En el modo de habitar, en las divisiones de la casa, José Antonio nos remite para lo primario de la vida. Los cuatro elementos: fuego, tierra, agua y aire, elementos sin los cuales el verbo, quizás, no pudiera existir.

La casa es el elemento aquí diseccionado. La cocina, sin glamor, realista y sin deconstrucción, la sala, con una reminiscencia del portugués, “de estar”, el cuarto de baño, donde todos efectivamente somos reyes sin corona en un trono de igualdad, y, de la verticalidad del ser humano, llegamos a la horizontalidad de la habitación la suma de tantas necesidades, placeres y lecho. Lecho diario, vital, de sueños, sexual y de muerte. La división donde suele cohabitar el inicio y el fin.

Pero el final de este libro se acerca a otro tipo de habitar, al que yo hablaba al principio, el del habitar en el otro. Este volumen termina con el discreto, como José Antonio, capítulo “Prójimos”. Aquí el ensayista, el filósofo, libera el poeta que, como dice Elías Moro, no asume en voz alta para no incurrir en abominable arrogancia.

Pero lo digo yo. “Habitar” es un pequeño volumen que merece la pena leer y subrayar, sin ningún tipo de miedo de hacer daño al libro, todo lo contrario. Este es un libro donde se puede meter gente dentro.

Ahora, si me permitís, me gustaría de cambiar de idioma y, como dice un amigo mío, de voz.

A literatura da Galiza chegou-me tarde e não me considero conhecedor da sua literatura, com exceção da raiz, desse berço que partilha com a minha língua materna, essa à qual, como dizia o Manuel António Pina, sempre regresso.

Porém, recordo que foi com a lírica galaico-portuguesa que me senti, em plena adolescência, identificado com um trovar tão diferente do dos provençais, a quem se acusava de apenas trovarem no tempo da flor. A partir daí a Galiza ficou-me em caminhos, devoções e em convicções, como a que tenho de que não deve fazer parte do espaço da lusofonia. O galego é irmão gémeo do português, nasceram do ventre da mesma mãe, partilharam placenta, mas cada qual tornou-se língua no seu próprio saco amniótico.

No nascimento destas duas línguas “há uma profunda incerteza do que pôde ser e não foi”, algo inerente a este livro de José Luis Calvo, “Égloga Perdida” que aqui tenho o prazer de vos apresentar.
Mas no desenvolvimento destas duas línguas não encontramos a aura de derrota, a névoa que encontramos neste conjunto de poemas. Numa língua tão impregnada de mar como o galego, estes “prosopoemas” de Calvo ardem febris sem o efeito anti-inflamatório do Atlântico, num sintoma pretérito, numa ausência, numa perda por um bosque nostálgico e abandonado. Neste bosque onde ecoa a palavra, essa mesma que, de acordo com o sujeito poético, sempre “semeia o desterro”.

Contudo, no final desta “Égloga Perdida”, a semente da ausência, a cicatriz da “breve ferida”, converte-se em abertura, um descerramento tal qual como a do fruto da castanha, que se desprende, pouco a pouco, do seu espinhoso ouriço.

Infelizmente, as ausências deste livro configuram-se aqui, entre nós, uma vez que o autor, por motivos pessoais, não pôde estar presente. No entanto, esta contrariedade não me impede de afirmar que este trabalho poético nada tem a ver com este belo verso de José Luis Calvo: “fráxiles como eramos confundíamonos coas follas”.

Moitas grazas.

Muchas gracias.

Muito obrigado.

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